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Teri Sáenz

Chucherías y quincalla

La caja de nadie

caja riojaEl día que comuniqué al yayo Tasio mi voluntad de estudiar Periodismo no pudo ocultar su decepción. El abuelo aspiraba a que me labrara un futuro brillante, y escribir en un periódico de provincias era lo que menos encajaba en esas coordenadas. En sus sueños de viejo que en realidad eran su proyección egoísta en mí de lo que él nunca pudo conseguir por tener que cuidar ovejas, me imaginaba como el representante de alguna de las fuerzas vivas del pueblo: ordenarme cura, llegar a ser alcalde, convertirme en un médico de renombre. Hacerme, en definitiva, «un hombre de verdad» en la terminología del yayo, y que la gente me tratara de don cuando paseara por la calle. Descartadas las tres opciones por mis alergias a la iglesia, el poder y la sangre, Tasio conservó en su fuero interno la aspiración a que, al menos, encontrara hueco en Caja Rioja. Colarme en la sucursal del pueblo y medrar hasta convertirme en el director de la oficina. Vestir traje y corbata a diario, disfrutar del prestigio de pertenecer a la principal entidad financiera de la región y prejubilarme holgadamente. Ahora que nadie se responsabiliza de la desaparición de aquel gigante y Bankia anuncia el cierre de más de cincuenta oficinas, Tasio se arrepiente de su empecinamiento. Aún así, no se baja de la burra. Confía en que alguna vez yo pueda conducir uno de sus autobuses-banco que surcarán la sierra como vendedores ambulantes para recordar que La Rioja tuvo, una vez, su propia caja.


mayo 2013
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