Si tuviese un apellido menos vulgar y pudiera cambiarlo por otro de contundencia germánica como Wert y dirigir el ministerio de Educación, incluiría como asignatura obligatoria en la enésima reforma educativa asistir a un mitin de José María Aznar. En algún momento del curso mandaría a los alumnos escuchar al expresidente para que experimentaran la sensación de encontrarse cerca de un auténtico líder. Qué digo yo un líder: un caudillo, un estadista, un Cristiano Messi de la política. Les impondría para aprobar la asignatura de la vida y conocer las aristas del universo presenciar la abducción generalizada que provoca su mera presencia. Cómo las señoras mayores que visten abrigos de piel le gritan “guapo” (sic), los maridos suspiran con añoranza por sus formas de alcaide y sus nietos imaginan sumidos en el éxtasis general cómo sería el mundo dirigido por una mano de hierro humana en vez de por mercados sin bigote ralo. Mientras las nuevas generaciones estén tomando notas para superar el examen, descubrirán que es mucho más que el padrino de la boda más bochornosa de un país que vive en la ruina que su Gobierno sembró y otros abonaron. Conocerían in situ entre aplausos rendidos y poses de gimnasta enfundado en camisas hechas a medida que Aznar es el verbo. Pero no uno de tantos de la primera conjugación, sino que su soberbia le llevó directamente a otros de la tercera como mentir, sufrir y morir (en Irak). Volver, jamás.
Fotografía: Sonia Tercero