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Teri Sáenz

Chucherías y quincalla

Ser y no ser

grecia

El yayo Tasio me pregunta entre solemne y contrariado qué somos realmente. Su soprendente duda existencial, lanzada a quemarropa, me inquieta. Temo que se le haya ido la cabeza. Que de sopetón haya dejado ser un abuelo cascarrabias y entrañable para convertirse en un viejo enajenado y dependiente. Tasio se explica, me sosiega. Al minuto uno de que Syriza ganara las elecciones, no sabe por qué extraña razón todos los partidos nacionales han coincidido en declarar que Grecia no es España, que ellos no son aquí igual que los que han ganado o perdido allí. Unos para alejar la sombra de la radicalidad, otros para limpiar de su ropa la mancha de la derrota ajena. Al yayo le espina la obviedad. Le escama la negación como mecanismo de autoafirmación. Como si para certificar que él es de Montalvo tuviera que aclarar que no ha nacido en Luezas ni San Román. Igual que si debiera especificar que detesta la mentira y la corrupción para evidenciar que es un hombre de pueblo sin dobleces. Los líderes políticos, no. Ahora se distancian de sus homólogos helenos con la misma rapidez que durante la precampaña se fotografían a su lado y ejercer una política por ósmosis. Aunque bien pensado y conociendo el paño, Tasio concluye que todo es un gran eufemismo. Una vía de escape para asumir con miedo lo contrario de lo que niegan. Que los españoles somos griegos, con la misma libertad ante las urnas para elegir y errar (o acertar) por nosotros mismos.


febrero 2015
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