![A1-48038524.jpg atentado](/chucherias/wp-content/uploads/sites/7/2015/11/francia1.jpg)
Asesinar no basta. La muerte debe ser cruel, caótica, imprevista. Porque
el contexto es tan letal como el calibre de la metralla o el filo de un machete. Una capital civilizada. Un partido de fútbol en la cumbre. Un concierto masivo. Un vino caro en un barrio de moda. Podría ser cualquiera de nosotros en cualquier parte de nuestra rutina.
Puntos neurálgicos de la normalidad. De occidente, claro. Lejos de allí el dolor apenas escuece. El dolor en calles de adobe, en balazos sobre nucas ajenas.
Todos somos París. Como acabábamos de ser
Charlie Hebdo. Como seremos el próximo objetivo yihadista no lejos de aquí y no fuimos
otras masacres en Irak o Siria. Y de repente, al abrir los ojos, la guerra. Creyendo que la que lleva tanto derramando sangre era sólo un breve en las páginas del periódico que siempre se saltan para leer solo la sección deportes o el suplemento de moda. Una guerra sin trinchera ni fronteras. Hastags y crespones negros contra kalashnikovs y fanatismo. Y un dios clamando desde el púlpito: matadlos. Y si no les arrancáis la vida antes de hacer estallar la vuestras, que no puedan dormir en paz. Que se despierten por la noche y corran al cuarto de los niños para comprobar que siguen durmiendo bajo sábanas con olor a lavanda. Que la piscina está limpia y la ropa planchada.
En Francia han detonado la solidaridad internacional y las declaraciones solemnes de libertad después de las bombas.
Es hora de contar los muertos. Todos los muertos
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Fotografía: Justo Rodríguez