Pablo Iglesias tiene que volver a ser Pablo Iglesias. Lo que parece una perogrullada es, en realidad, la conclusión estrella de un informe interno en el que Podemos analiza su estrategia de comunicación y sugiere dónde dar las puntadas para recoser las costuras que van abriéndose en su traje político. Por si no quedara claro el mensaje, los autores del estudio diagnostican que el líder del partido morado debe ser «gente normal», arrogando a la históricamente denostada normalidad un excitante estatus de exclusividad. El remate del dossier sería tan obvio como impecable si no fuera porque Iglesias ha demostrado contener en sí mismo muchos Iglesias. Junto a las camisas que compra en su hipermercado obligatoriamente vulgar, de las perchas de su armario cuelgan diferentes personalidades que va enfundándose según la temporada electoral. Frente al espejo, antes de enfrentarse a riesgos estándar, unas veces se prueba la de contertulio iconoclasta, otras el de filobolivariano. Si lo tiene bien planchado, le toca el traje socialdemócrata moderado y si el día sale fresco, la rebeca antisistema. En el mismo ropero guarda el buzo de nieto de socialista y el de hijo de un nuevo tiempo. El de tacticista y el de estadista. El de que no quiere nuevas elecciones y de que desea nuevas elecciones. Un vestuario tan heterogéneo como un partido parido y confeccionado a la medida de un líder llamado Pablo Iglesias que cada mañana, como le ordenan sus asesores, busca a Pablo Iglesias.
Fotografía: Efe