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Teri Sáenz

Chucherías y quincalla

El adversario

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Como el Jean-Claude Romand que antes de perpetrar uno de los crímenes más espeluznantes del siglo pasado pasó 18 años simulando ante su familia y conocidos ser un investigador puntero en la OMS pese a no tener ni un mínimo conocimiento de Medicina, Claas Relotius acaba de ser desenmascarado como el redactor estrella de Der Spiegel que nunca ha sido. Sus reportajes eran siempre piezas de referencia y su éxito profesional, abrumador. Ganador cuatro veces del gran premio del periodismo alemán y nombrado reportero del año por la CNN, las historias que Relotius armaba presuntamente desde las zonas más calientes del planeta eran obras maestras. Historias impecables hilvanadas con precisión sobre crudos testimonios de los personajes más diversos y una acción deslumbrante. Párrafos rebosantes de humanidad e inyectados de esa emoción que sólo los grandes tienen el don de transmitir. El único problema es que todo era mentira. O que se sepa hasta ahora, una parte al menos de sus crónicas que extienden las sospechas de adulteración al resto de sus trabajos. El episodio trae adjunto una noticia mala y otra buena. La pésima es que su actitud asesta una puñalada a la reputación del periodismo en general, asediado desde hace tiempo por el veneno de las fake news y bajo la constante sombra de la manipulación. La excelente es que quien ha descubierto el chandrío es otro periodista. Un free lance sin el renombre ni el aura mediática de Relotius y que, luchando contra todos los estereotipos y jugándose su propia carrera, detectó las incoherencias que han desnudado la impostura. La prueba de que el mejor antídoto contra los males del periodismo es el propio periodismo. El de verdad.


febrero 2019
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