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Teri Sáenz

Chucherías y quincalla

Mitin, mitin, mitin

sanchezbuena

Asistir al mitin de un candidato estimula a esa parroquia propia convenida de antemano. Atender a un segundo del mismo aspirante rebaja un par de grados el calor. Presenciar un tercero con igual protagonista confirma que una campaña electoral no va de promesas convincentes sino de maneras de azuzar los sentimientos. En ese cambio de paradigma donde sólo el ritual de dirigirse sin filtros a un público más o menos numeroso subsiste frente a la aséptica dictadura de las redes sociales, la figura del cabeza de lista que debe enfrentarse al atril varias veces al día durante dos semanas y en plazas distintas resulta vital. El estadista deja paso al intérprete. Qué decir se supedita al cómo decirlo. Antes de llegar al poder o quedarse a las puertas, el líder es sometido a un entrenamiento agotador de telegenia y gimnasia dialéctica donde conviven su parte humana con la faceta de artefacto ideológico. Su boca es por la que una legión de asesores y expertos en comunicación trasladan esa frase que encienda a la masa, el titular que rezan por que encabece al día siguiente el periódico. Colocar el mensaje, lo llaman. Un propósito que el candidato debe además ejecutar entre la disciplina y la naturalidad, haciendo que si alguien acude una, dos, tres veces a mítines necesariamente idénticos crea que son distintos, únicos. En Logroño, Pedro Sánchez lanzó un triple consejo a las derechas. «Al PP, limpieza; a Cs, justicia social; y a la ultraderecha, convivencia, convivencia, convivencia». Muy poquitas horas después, en otro acto público en la otra punta de España, Pedro Sánchez lanzó un triple mensaje a las derechas. «Al PP, limpieza; a Cs, justicia social; y a Coalición Canaria, cambio, cambio, cambio».

Fotografía: Justo Rodríguez


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