La denominación técnica es dieta digital y consiste en abstenerse de manejar las redes sociales durante determinadas horas cada jornada y, al menos un día durante el fin de semana, guardar el móvil en un cajón bajo llave. Se trata de uno de esos movimientos sociales que empezaron hace años a fraguarse en EEUU como algo excéntrico y han acabado por normalizarse en la totalidad del universo. Como en un ayuno al uso que restringe determinados alimentos, la dieta digital debe complementarse con otros hábitos para ser realmente efectiva. Los gurús recomiendan aquí costumbres analógicas como leer un libro en papel, escuchar música sin estridencias, entablar una conversación cara a cara o calzarse las zapatillas para dar una vuelta por el campo. Al igual que nuestro cuerpo está modelado fundamentalmente por lo que comemos, la opinión forjada sobre determinados asuntos se cimenta en el parecer y los datos que vamos recabando aquí y allá, con las redes sociales como fuente recurrente. Si las grasas saturadas engordan, los tuits extremistas generan una distrofia en el pensamiento. Y como en el menú que se repite día a día, la acumulación de exabruptos, improperios, insultos, barbaridades y zascas de los que nos atiborramos vía hiperconectividad acaban generando seres malencarados y furiosos con una eterna expresión de enfado tatuada en la cara. Pruebe a seguir la dieta digital. Despéguese de su móvil por un rato. Obvie cualquier ‘abro hilo’ odioso. Los michelines no desaparecerán, su barriga continuará cayendo flácida. Sin embargo, en su rostro asomará algo parecido una sonrisa. Hasta es posible que se muestre más moderado y comprensivo. Ánimo.