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Teri Sáenz

Chucherías y quincalla

Lo peor

La redacción desde donde se escriben estas líneas es tan céntrica y Logroño tan pequeño que a veces las noticias entran directamente por la ventana. No es raro que a lo largo del día pesen a toda prisa al otro lado de los cristales ambulancias, coches de policía y camiones de bomberos agitando las sirenas, apurando cada curva. En su urgencia anticipan alguna arritmia en la actualidad. Cuando todavía resuena su eco, se suceden las llamadas para saber a qué obedece el guirigay. Si detrás de esa movilización súbita que quiebra de la rutina hay una sartén requemada o un suceso de alcance. La diferencia entre lo banal y la tragedia se dilucida con una lentitud inversamente proporcional a la velocidad con que se responde a lo inesperado. Como en un pozo embarrado donde el lodo empieza a sedimentarse, primero asoma el rumor cuando la realidad se decanta. A la suposición le sigue una certeza, muchas veces microscópica, y sobre ella van arracimándose lentamente otros detalles de tamaño irregular. En el foro interno del que ha visto pasar las luces rojas palpita la esperanza de que nada grave haya acontecido. Que el despliegue responda en realidad a un exceso de celo en el protocolo y las señales de alarma sólo habiten en la mente del vecino que ha dado la alerta. Sin embargo, también es posible que ocurra lo peor. Que en un hotel del centro de la ciudad una mujer esté sentada en el alféizar de la ventana. Que en la habitación yazca muerta su hija y en alguna parte todavía por descubrir deambule la abuela que horas después aparecerá flotando en el Ebro. La noticia más terrible, la información que nadie quiere llegar a publicar cuando fuera suenan las sirenas y uno se estremece por dentro.

Fotógrafo: Juan Marín


febrero 2020
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