Quizás usted mantenga la errónea creencia de que escribir una columna como ésta es coser y cantar. Nada más lejos de la realidad. Hay veces que los temas se agolpan. El cajón donde guardo los recortes de las noticias susceptibles de comentario se abarrota y cuesta más esfuerzo decantarse por una de ellas que cumplimentar las 66 líneas que componen esta pieza.

La semana que concluye hoy ha sido crítica. El anuncio de que Harvard enviará a sus expertos para investigar la organización territorial de La Rioja –¿qué impacto sufrirán en una universidad de tanto pedigrí cuando recalen en Ribafrecha, Luezas o Treguajantes?– se disputaba el protagonismo con la decisión del cura de la parroquia de San Ezequiel Moreno de interrumpir un bautizo ante la algarabía de la audiencia y ese pecado, cada vez más extendido, de tomar la iglesia como un parque temático de los sacramentos o una pasarela de moda pagana.

También tenían muchos puntos a favor el estudio que confirma que los chimpancés jóvenes tienen una memoria superior a los humanos adultos. Y ese inglés desaparecido que, años después, ha vuelto al mundo con una demoledora declaración de principios: «Creo que soy una persona desaparecida».

La noticia que ha derrocado a todas las demás ha sido, sin embargo, el reciente informe de los servicios de inteligencia (sic) de EE.UU. que dice exactamente lo contrario que otro informe de los mismos servicios de inteligencia (sic) sobre la capacidad nuclear de Irán. El país se ha librado así, de momento de un ataque preventivo y el asesinato de miles de inocentes en nombre de la paz mundial.

Son gages de cada oficio. A unos se nos acumulan las noticias en el cajón; a otros se le traspapela un datito sobre el uranio de Ahmadineyad. La actualidad hace cambiar de un día para otro el tema de esta columna; las conclusiones de la CIA se deciden deshojandon una margarita. Menos mal que las palabras no matan.