Sergio, que fue (es, será) músico, sostiene que lo esencial en un grupo no son las canciones: la clave está en la actitud. Por eso le gustan los artistas que salen ante el público con los botines bien lustrados o atacan por sorpresa. Por eso a Raquel le fascinaron también el jueves los Blasted Mechanism aunque no sabe nada de electrónica. Ni siquiera de la musical. Le atrapó la puesta en escena de los portugueses. Ese rollo entre Lordi y Chewaka pasado por una trituradora étnica. Las luces, el ritmo, la irrealidad. La sensación de estar frente a una película de ciencia ficción.
También por esa cuestión de actitud Pablo se pasó el concierto de Los Niños de los Ojos Rojos jurando en extremeño. Nada más que Oi oi oi, siguiró, yeah, La Gallina Picoleta, violín y kalimotxo, faldas rojas y culos aire, cagüenlaostia, comprad una camisetica joder. Nada más actual que la cultura (sic) del botellón.
La falta de actitud también es una actitud, afirma Miguel. Pero sólo si no te presentas con un «No debíamos estar aquí» como hicieron Doubtful y te quedas clavado tocando indie con la cabeza gacha. Eso sólo pueden permitírselo Los Planetas. Porque, como su propio nombre indica, no son de este mundo grita Ana al oído. Hace años que habitan en un universo particular. El que se han ido construyendo estrella a estrella y al que sólo se accede por una espiral de sonido que expulsa a unos y absorbe a otros. Los que desertaron ya están aquí. Los que se quedaron hasta el final del concierto aún siguen flotando.