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Teri Sáenz

Chucherías y quincalla

Sólo o con éxito

Marcos Bartolomé ha hecho de la necesidad virtud hasta convertir las limitaciones en una oportunidad. Hace cuatro años dejó La Rioja para completar un curso de fotografía en Barcelona. Al terminar estaba «soberanamente aburrido» y se dedicó a la doble obligación de ocupar el tiempo y ganarse la vida.
Sus buenos propósitos toparon con el inconveniente de la crisis que todo lo inunda y un presupuesto inferior a 6.000 euros. Combinando su bagaje en la hostelería con el conocimiento del café que lleva en el ADN – su familia es propietaria desde hace generaciones del histórico Cafés El Pato-, Marcos se lanzó con 23 años a la aventura de montar su propio negocio con unos mimbres bien simples: ofrecer café para llevar desde un rincón de El Raval tan recoleto como modesto junto al que vende una gavilla de objetos entre peculiares y de aire vintage.
«Todas esas cosas que no necesitas pero que matarías por ellas», define Marcos la colección de almohadas, posters, cerámicas artesanales y otros artilugios que reposan en las estanterías y han creado una sorprendente sinergia con la bebida que sirve a través de una minúscula ventana. «El local, como es tan pequeño, está siempre impregnado de un aroma que acaba enganchando al que pasa», asegura. Porque eso, la calidad del producto, es a su juicio una de las claves que han convertido al Satan”s Coffee Corner en un lugar de “culto” en los solo diez meses que lleva abierto. «Servimos el mejor café del norte de España», sentencia sin asomo de soberbia para ceder todo el mérito a proveedores y tostadores de renombre como Cafés El Magnífico y Right Side Coffee, que ofrecen cada día algo nuevo pero igual de exclusivo. «Siempre hay una variedad diferente; la clientela ya lo sabe y se acerca con una mezcla de curiosidad y gusto que acaba con todo lo que tenemos», dice.

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Su discurso va más allá. «Odio la palabra gourmet, pero lo cierto es que hemos conseguido crear casi sin querer un nivel de conocimiento del café que no existía, sin mesas ni tazas y ofreciendo la mejor terraza al aire libre que hay en Barcelona: la propia Barcelona», resume avanzado su intención de abrir en breve otro establecimiento «algo más grande pero con el mismo concepto», sin renunciar a franquiciarlo. Y siempre con la misma filosofía: sacar el máximo partido a los mínimos recursos que, en su caso, se limitan a una cafetera, dos taburetes, una ventana y un expositor cargado de un encanto retro y personal del que ya se han hecho eco webs y revistas especializadas tanto en gastronomía como en ocio o hasta decoración.
¿Y qué tiene que ver el diabólico nombre del negocio con las bondades celestiales de su interior? «Si soy sincero -se confiesa Marcos- la principal razón para llamarlo así fue puro márketing porque suena llamativo, pero también hay algo de contradicción personal; adoro el café, pero tomar demasiado me pone de los nervios y me baja a los infiernos, así que me limito a tomar una vez al mes y casi siempre en catas especiales». «Soy como un sumiller abstemio o un mecánico de coches sin carné de conducir», resume antes de facilitar su número de teléfono personal que, por supuesto, empieza por 666.

 

Fotografía: Maya Venkova


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