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Teri Sáenz

Chucherías y quincalla

El día del señor

misa

El yayo Tasio es todavía más miedica que descreído, así que no puede arrancarse la costumbre de acudir a misa una vez por semana aunque no comulgue con los oropeles de la Iglesia ni la ranciedad de algunos curas. Sabe el abuelo que ya le queda menos vida de la que ha vivido así que, dado que además no conoce ningún difunto que le informe de qué pasa después de dar el último suspiro, atiende sin falta al sermón. «Por si acaso», se defiende si alguien le interroga extrañado por su rutina. Pero además de medroso y crítico, Tasio trata también de ser humilde y coherente, así que para conjugar todas sus contradicciones siempre ocupa el último lugar del último banco. Las beatas de mantilla le miran con recelo allí arrinconado y solitario con su traje rancio, aunque él no hace caso y hasta, cuando el cura invita a darse la paz, tiende su mano a quien se la pide sin asco. Por todo eso el yayo le da la razón al párroco de Arnedo cuando tira de las orejas a los políticos que durante el año niegan su pan al débil o braman contra el Concordato, pero en cuanto llegan las fiestas acuden raudos a ocupar las primeras filas con sus mejores galas para salir en la foto y todos les vean procesionando al patrón. Se pregunta el yayo por qué no son capaces de acatar la «sabia laicidad» que proclama Tomás Ramírez en la hoja parroquial. Y se responde que quizás cuando los gerifaltes se persignan no están rogando al Señor del altar, sino pidiendo el voto del señor arrodillado a su lado.

 

Fotografía: Ernesto Pascual


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