A lo mejor no se ha enterado, pero acaban de celebrarse elecciones para elegir al rector de la Universidad de La Rioja. Si es ajeno al campus puede que se le haya escapado la noticia, pero lo llamativo es que tampoco los inquilinos de la UR parecen excitados por unos comicios que ya conocían al ganador por anticipado al haberse presentado una única candidatura. Lo confirma, por ejemplo, la más que tibia respuesta en el acto de presentación del programa de José María Martínez de Pisón ante los alumnos al que acudieron… cinco personas. En la visita a las urnas se repitió la historia: de los más de 6.300 estudiantes convocados votaron 137.

El limitado interés de una cita presuntamente trascendental como son los comicios a rector habla del mortecino pulso que late al final de Avenida de la Paz. Del torrente de actividad cultural, intelectual y hasta política que estaría obligado a manar de una institución como la universidad sólo caen en la sociedad un par de gotas contadas. Lo que asoma con más intensidad es su perfil burócrata y funcionarial en forma de quejas y reclamaciones. De todo tipo. Unas veces a voces; otras susurradas al oído.

El ranking lo encabezan las sempiternas demandas económicas mezcladas con la petición de independencia. Una especie de autonomía sí, pero subvencionada públicamente, que convive con las (también sempiternas) exigencias laborales del personal, rencillas interdepartamentales lastradas por la endogamia y la fijación por crecer y crecer. Aunque los alumnos disminuyan. A pesar de que haya titulaciones sin clientela. Sin tener en cuenta que lo que crece y crece es el número de universidades y ofertas formativas en una competencia feroz.
Bueno, también están las fiestas de la UR. La carpa y los chupitos. El barrizal y los chiquilicuatres. La única ocasión en que el corazón universitario se acelera y hasta se liba con nota del mismo cachi junto al mismísimo rector. ¿O es un candidato recabando adhesiones?.