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Teri Sáenz

Chucherías y quincalla

La plaza amable

primero de mayo

El yayo Tasio recuerda con nostalgia que la de Primero de Mayo estuvo muy cerca de ser una de las plazas nobles de Logroño. Cuando se alumbró en los 80, muchos como el abuelo no daban una peseta por ella. El solar era un lodazal con ese aire ténebre que inspiran las grúas trabajando y el esqueleto de los edificios en fase de construcción. Y además, quedaba muy lejos del centro, según el diagnóstico de los que siempre han vivido en la órbita del Casco Antiguo y todo lo que fuera ir más allá de la Gran Vía suponía cruzar una frontera insondable de retorno incierto. El tiempo y el crecimiento voraz de la ciudad no sólo la integró en el todo urbano, sino que la plaza tomó vida propia. Los toboganes se llenaron de niños, brotaron comercios, las terrazas (ay, ese gran termómetro social) salieron de los soportales y la agenda local la tuvo en cuenta al programar unos títeres o repartir chucherías. Tanto, que casi antes de que brotara la fiebre por los parkings subterráneos también allí se horadó la tierra para enterrar uno. Como el propio Tasio, también la plaza ha sufrido el paso de los años. Hace tiempo que se veía más rancia, con la cara agrietada, las costuras por remendar. Pero por lo que se ve cuando se llega hasta allá, el yayo no cree que su reforma vaya a reponerle los galones perdidos. Y no porque le sobre cemento armado o le falten unas docenas de árboles. No es cuestión de sol ni de sombra, de más parterres o farolas, sino de algo que, piensa el yayo, ha debido extraviar el proyecto por el camino: amabilidad.


septiembre 2014
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