El Colegio Oficial de Médicos de La Rioja era un castillo de naipes del que se acaba de caer la última carta que quedaba en pie: la de Alfredo Milazzo. La pieza angular de ese mecano permanecía inamovible desde hace más de 20 años. Al margen de su habilidad para gestionar una entidad que por su rango está obligada a ser mucho más que un colegio profesional, Milazzo había tenido la virtud de salir al calor de los momentos más soleados de la sanidad riojana y resguardarse en la sombra durante las disputas sobre externalizaciones, el debate médicos públicos/servicio privado o el cuánto, cuándo y cómo de un nuevo hospital de referencia.

Así sucedió durante más de dos décadas. Y así se anunciaba para los primeros años de era post-San Pedro hasta que el sempiterno presidente topó en las últimas elecciones con un factor inusitado hasta entonces: una candidatura alternativa. Lo enconado de aquel proceso, la disputa legal que envolvió unas elecciones ganadas por una diferencia mínima, descubrió las turbulencias internas de la entidad.

Cuando la ventolera que amenazaba derrumbar aquella estructura había pasado y todo vaticinaba un postoperatorio rutinario, sus declaraciones cuestionando la capacidad laboral de los profesionales sanitarios –«el 40% no da un palo al agua»– despertó un huracán mayor que derivó en una cascada de dimisiones. Una afirmación que quizá muchos usuarios de la sanidad comparten, pero que Milazzo intentó regatear acusando al mensajero y al contexto. La hemorragia en el Colegio es ahora abundante y, por el prestigio de la entidad, precisa una seria suturada. Médicos tiene para ello.