En cuanto el yayo Tasio puso un pie en la calle le llovieron mil versiones sobre la renuncia de Pedro Sanz a continuar como presidente de La Rioja. Fue salir del portal y quedar sepultado por una avalancha de confidencias por parte de conocidos, vecinos, compañeros de barra a la hora del café y hasta algún anónimo con el que en su vida ha cruzado sólo un par de taluego, majo. Todos sin excepción conocían las razones y entresijos de una salida que, por supuesto, a nadie le había pillado por sorpresa y conocían hace tiempo. Nada sustentado en rumores ni hipótesis. Qué va. Cada cual manejaba informaciones de fiabilidad extrema que, como el abuelo podía comprender, no estaban autorizados a revelar quién se las había facilitado. Se lo decían entre susurros –que no salga de aquí, eh– guiñándole un ojo como hacen los agentes dobles en las películas de espías. Y Tasio les escuchaba con un mohín de interés, devolviéndoles con su gesto el favor de la confianza, arrimando discretamente la oreja y hasta levantando un poco la solapa de la americana para amortiguar el eco. Aunque lo que realmente le llamó la atención no fue que todo el mundo supiera qué, cómo, cuándo y por qué ha pasado, sino que todos esos interrogantes tuvieran respuestas diversas y hasta divergentes. Todas, faltaría más, absolutamente irrefutables. La sobredosis de certeza le provocó al al yayo Tasio una sed infinita Tanta que se fue a buscar una fuente. La única que manaba agua fresca estaba en Igea.
Fotografía: Sonia Tercero