Una de las novedades del curso no es educativa sino culinaria: el menú en todos los comedores de los colegios públicos tendrá un único precio de 3,87 euros . La cantidad se antoja razonable en los tiempos que corren para una carta sana y equilibrada, pero el alcance de la medida va mucho más allá de lo puramente económico y, por supuesto, el aspecto gastronómico. Se trata de una cuestión de equidad que elimina por fin la brecha existente entre colegios y que hacía que un arroz a la cubana, dos filetes empanados y un yogurt (a elegir entre sabores de fresa o limón) estuvieran cocinados igual pero fueran más o menos caros en función de dónde y a quién se sirvieran.
La medida queda lejos de la igualdad total que presuntamente debe primar en el ámbito educativo. De ella quedan excluidos los centros concertados, aunque son precisamente las familias que llevan allí a sus mocetes las más soprendidas por la noticia. Unas por descubrir el dineral que la dirección les impone por un servicio que, como ha quedado demostrado, puede ajustarse a las necesidades; otras al constatar que algo nuclear en el desarrollo de sus hijos como es la alimentación engrosa el catálogo de imposiciones económicas que van desde el desgaste de patio (sic) hasta la voluntaria oblitariedad de aportar una cantidad mensual a pesar del concierto educativo. La Consejería sigue pasando por alto las diferencias en un sistema asimétrico hasta en los fogones. Mientras algunos traguen, otros seguirán engordando.
