Cuando el Partido Riojano puso de largo su candidatura municipal para Logroño, en el salón de actos del Ayuntamiento se respiraba un aire de dudas. Después de la atribulada negociación con Julio Revuelta ante la posibilidad de acudir juntos a las urnas y aquél confuso ahora saco al histórico Ángel Varea para colocar a la cabeza al ex alcalde que tanto había castigado a los regionalistas y luego lo vuelvo a poner porque de lo dicho nada (siempre con Ijalba en el número ‘2’), la incógnita era cómo quedaría finalmente la lista. Y la novedad fue… que no hubo novedad. Que Varea e Ijalba seguirían siendo el tándem que tan buenos resultados había reportado al PR llevándole a tener representación (y mucho poder) en la capital. La resolución del enredo se sustanció en una imagen: el emotivo abrazo entre Ijalba y Varea sazonado con más de una lágrima.
Lo que no preveía el partido entonces es que esas mismas lágrimas se reproducirían el 22-M. Pero ya no por haber limado aristas personales, sino por unos resultados electorales demoledores para las aspiraciones de una formación de reducidas dimensiones que ha pecado de lo mismo que muchas familias humildes durante la crisis: vivir por encima de sus posibilidades e hipotercarse sin medir las consecuencias.
En el Gobierno gracias al bipartito negociado con el PSOE y con una ingente cantidad de responsabilidades, en vez de conformarse con acomodarse a ese techo y esforzarse en vender bien su gestión, en la cúpula del partido se pensó que era hora de dar el gran salto. Ampliar miras y no conformarse con ser la bisagra en Logroño y una mosca cojonera perpetua en el Parlamento gracias al trabajo y la oratoria de Miguel González de Legarra. Para ello contaban con la fortaleza que otorga manejar algunas de las áreas más relevantes de la capital riojana y los guiños de un Revuelta que ofrecía su rostro y su bagaje (y el tirón electoral que podría tener como primer edil que fue) a cambio de encabezar el nuevo proyecto. Aquella posibilidad quebrada sumada a la crisis y el rebote del ‘efecto Zapatero’ ha llevado también a abrir una notable grieta en un partido que, a la vista de los malos resultados en Logroño y el mantenimiento de su fuerza fuera de aquí, vuelve a sus orígenes rurales y se enfrenta a lo que debe ser una reflexión colectiva.
De otro modo, la “refundación” en la que se soñó podría acabar en la “fundición” de unas siglas necesarias para que el cuadro político en la comunidad no sea sólo de color azul intenso y rojo, sino también contenga unas pinceladas de verde.
Fotografía: Miguel Herreros