Volvía solo a casa pasada la una de la mañana, cuando a la altura de un Espolón ténebre y prácticamente vacío escuché un grito a mi espalda que me estremeció: «Eh tú, el de La Rioja». Lo primero que pensé fue en algún lector afrentado por mis palabras dispuesto a insultarme y/o retorcerme los dedos para no teclear nunca más, así que apuré el paso haciéndome el longuis. «Sí tú, el que escribe los domingos, vente para aquí», repitió la voz. Armado de valor y sopesando de reojo la vía de escape más propicia por si había que esprintar, me giré y comprobé que el reclamo venía de una mesa donde una cuadrilla de treintañeros apuraba la penúltima copa en chanclas y bermudas. El que hacía de portavoz sentenció: «Tú eres el Terry, ¿a que sí? Anda, tómate un cacharro con nosotros».
Con mi mejor sonrisa forzada y sin fuerzas para corregirle decliné agradecido la invitación cuando de pronto, y sospecho que animado por el calor, se suscitó un encendido debate en el velador sobre si el diario hablaba mucho o poco de lo que de verdad interesaba en la calle, si estaba claro que somos unos cerdos bolcheviques o unos fachas irrecondudibles. Si, en definitiva, merecía pagar un euro 20 por el periódico o bastaba con echarle un vistazo en el bar. En vista de que el debate entraba en un bucle, reculé hacia casa. Cuando marchaba, el chico que me había llamado sugirió que algún día escribiera algo sobre ellos pero que, ante todo, siga cuidando bien del yayo Tasio.