Acabo de engrosar mi álbum de estampas mateas con un episodio propio de estas fiestas donde se mezcla el culto a Makoki con las ofrendas a la virgen. Estaba yo haciendo algo tan inmanente a la celebración del patrón como es comer y beber a la puerta de una tasca cuando se instaló frente a nosotros un hombre con aspecto de ejecutivo. Vestía una americana cara, pantalones de marca y zapatos de corte italiano, aunque lo que más llamaba la atención eran los lamparones de vino en su camisa y un nosequé turbio en la mirada. «Jola, I am lost», balbuceó tratando también de encontrar las palabras a pesar de que aún no eran las diez de la noche.
A continuación extrajo del bolsillo una servilleta de bar arrugada donde tenía anotado el nombre del hotel en que se alojaba. Faltaba en la nota una referencia al planeta donde estaba, porque aunque se encontraba a apenas 50 metros no era incapaz de entender mis indicaciones ni de completar esa distancia sideral. En un arrebato de piedad me ofrecí a guiarlo. Se le iluminó entonces la cara ebria, y para certificar su buena fe repitió como un mantra durante el escaso trayecto «I am from Norueja». Sonrió bobaliconamiente al preguntarle si veraneaba en la isla de Utoya, y al llegar a su destino me estrechó con fuerza la mano un poco para agradecer mi gesto y un mucho para no perder pie por la curda. Se despidió articulando tres palabras con un esfuerzo titánico: «Viva zan mazeo».