La noticia que ha suscitado el debate más encendido esta semana entre la gente de mi entorno ha sido el anuncio del Ayuntamiento de Logroño de habilitar un chill out en la última planta de la plaza de Abastos. El concejal de Casco Antiguo lo soltó el miércoles así, textual, con la misma naturalidad que si hubiera anunciado la demolición del mercado para construir un parking en los bajos.
Las opiniones al respecto están enfrentadas. El más excitado con la idea parece ser mi amigo Tripi. Tomando un café turco en su loft de Portales, con los ojos vidriosos y un humo espeso en el ambiente, me confesó con ese hablar cansino que le caracteriza que qué bien, que ya era hora de tener cerca de casa un sitio de relax donde te garanticen hierba de la buena. Be water, muy friend, me recomendó al despedirse.
Mi vecina Aurelia -55 años, bata de guatiné, seguidora impenitente de ‘Aquí hay tomate’ y madre de un estudiante de Derecho treintañero que este curso vuelve a repetir tercero- comparte el mismo entusiasmo. Aunque no domina el inglés con fluidez, le conmueve la posibilidad de hacer la compra y, antes de regresar a su casa cargada con cuarto y mitad de falda de cordero y una borraja fresca, tener un butacón donde dar una tregua a sus varices.
A su sobrina Yeni, que todos los viernes le pide la paga aunque a su tía no le gusta un pelo el piercing que se ha puesto en el ombligo, la idea le mola mazo. Sobre todo ahora que los after se han puesto chungos con lo del carné por puntos y los sábados por la mañana no encuentra ningún garito donde seguir de marcha. Incluso ha llamado al 010 para preguntar si su nuevo noviete, que se hace llamar Diyei Kaparrón, puede pinchar en algún puesto de legumbres a lo largo de la jornada.
Pero la reflexión más turbadora ha sido del abuelo Tasio. «Yayo, que Conrado Escobar va a montar un chill out en la plaza de Abastos», le grité al sonotone. «¿Que Conrado Escobar está chinau?», me contestó.