Quizás no se haya dado cuenta. O tal vez ha percibido en los últimos meses un extraño vacío en su buzón. Y es que, entre los grandes recortes que generan movilizaciones y controversia, se van colando otros más silenciosos y menos mediáticos. Es el caso de la revista ‘Comunidad‘, que tras dejar de editarse temporalmente hace ahora casi uno año coincidiendo con las elecciones autonómicas y municipales sigue aparcada hasta nueva orden.
Más allá del ahorro económico que suponga dejar de distribuirla, la decisión de no prolongar la vida de ‘Comunidad’ desarticula uno de los argumentos más recurrentes por parte de la oposición. En cualquier rifirrafe sobre los ajustes, la revista había alcanzado la condición de icono del “derroche y autobombo” a mayor gloria de Pedro Sanz que, sobre todo el PSOE, afeaba al Gobierno regional a cada rato. Daba igual sobre qué versara el debate: lejos de las bancas azules, donde primero había que meter la tijera era en la imprenta.
El Palacete tampoco ha hecho bandera de su desaparición. Posiblemente por no aparentar debilidad. Pero lo llamativo es que la novedad coincide con la puesta en cuestión de otra comunidad: la riojana. Al menos, así lo creen los socialistas, que por boca de Pablo Rubio reclaman ahora un frente común en el Parlamento para frenar los “ataques” contra la autonomía. Rejonazos que desde su punto vista llegan enf orma de imposición de recortes en materias transferidas, voces como la de Esperanza Aguirre que abogan por devolver competencias al Estado, acusaciones de despilfarro y llamadas a “repensar” el modelo que inicialmente aplacó las ansias del País Vasco y Cataluña.
¿De verdad es factible un escenario sin La Rioja ni sus compañeras de mapas? ¿Dejaremos de ser riojanos para identificarnos simplemente como españoles? El PP se ha aprestado a rebatirlo. “No veo amenazas”, ha afirmado más en clave política que institucional Carlos Cuevas, para quien, en ese hipotético supuesto, la riojana sería la última comunidad en desaparecer gracias, cómo no, a su excelente gestión.
Lejos del dramatismo o la complacencia, el hecho es que no corren buenos tiempos para los tiempos para las comunidades. Y a quien primero debería mover a la reflexión es al propio Parlamento regional, que gota a gota va colaborando a esa erosión. El ejemplo más reciente podría ser el abulia sobre la Defensoría del Pueblo, que tres meses después de la marcha de María Bueyo Díez Jalón continúa vacante con la previsión de capitidisminuir la institución hasta el límite. Aunque más que esta cuestión que podría circunscribirse en el simbolismo del autogobierno, sobresale la reforma del Estatuto de la que se cumplen ya siete años sin más noticias que las mismas promesa de las tres últimas legislaturas: esta vez, sí. Así se ha pasado de esperar para tener la reforma valenciana como modelo -quién lo diría ahora- a aguardar hasta el fallo contra el Estatut que, una vez conocido, sigue sin impulsar el texto riojano.
Son, por lo tanto, las propias instituciones riojanas quienes están obligadas a demostrar el entusiasmo y el empuje en una comunidad que, de otra manera, podría con el tiempo seguir el mismo camino que la revista de su mismo nombre.