No me diga que usted no sabía la misma noche de las elecciones que el PR se aliaría con el PSOE y Tomás Santos sería el nuevo alcalde de Logroño. No me creo que desconociese que la propuesta de pacto del PP no satisfaría a los regionalistas, que Revuelta renunciaría y que Varea e Ijalba ostentarán tal o cual concejalía. Apuesto a que tomando un vino con alguno de los actores protagonistas le han contando en voz bajita hasta cómo decorarán los despachos que habitarán los próximos cuatro años.
Si no es así. Si no está al tanto de los entresijos de la negociación y sólo ha ido enterándose de qué pasará en el Ayuntamiento logroñés por las declaraciones oficiales, usted no es nadie en la ciudad.
La cocción de la alianza entre unos y otros ha tenido como primera consecuencia el fortalecimiento del rumor como estrella invitada. Los chascarrillos de calle se cotizan al alza y todo el mundo es amigo de toda la vida de Tomás. O de Ángel. O de los dos a la vez. Todo el mundo sabe todo, y el manejo del rumor concede a su propietario (o al usuario circunstancial) un plus de notoriedad que en estas circunstancias se valora más que un juego de palos de golf de los caros.
La mitad del Logroño fetén sabía qué iba a pasar, y la otra mitad susurra que tiene apalabrado un puesto en el nuevo gabinete municipal. La fila de los que desfilan del Ayuntamiento corre paralela, aunque en sentido inverso, a la de quienes les han ofrecido un cargo o aspiran a un nombramiento.
Yo, sin ir más lejos. Yo también soy amigo de Tomás. Y de Ángel. O hasta de los dos a la vez, aunque nunca haya cruzado en toda mi vida con ellos más de dos o tres palabras huecas. A mí también me han hecho una oferta cool: pinchadiscos de música ambient en el solitario chill out de la plaza de Abastos. Ya les he dicho que no. Yo sólo pongo canciones de Bob Dylan, que no se conforma con la Alcaldía de Logroño y es todo un Príncipe de Asturias.