El yayo Tasio está cuarteado de las manías que suelen brotarle a los ancianos. Y una de las que más se le ha marcado con el tiempo es el de la de guardar objetos imposibles. El médico le dijo que la rutina de repasar sus cosas era buena gimnasia para no perder la memoria, aunque tengo para mí que en esa obsesión hay un puntito de senectud y de lo agarrado que siempre ha sido desde cuando de chaval un mendrugo de pan le sabía a caviar.

Con esas, husmear en sus cajones es toparse con una maraña de cachivaches que Tasio se resiste a reciclar. Desde azucarillos del café matutino que siempre toma con sacarina hasta rancios recordatorios de boda, esquelas de amigos muertos y las postales que aún le envío cuando voy de vacaciones. Periódicamente lo despliega todo sobre la mesa camilla como un cirujano dispone el material para una operación, y Tasio pierde la mañana ordenando sus rocambolescas colecciones antes de volver a recogerlas. Hoy le he pillado desempolvando montones de confianza. La compró por arrobas hace justo un año, cuando llegó al Gobierno Rajoy prometiendo recuperar la esperanza perdida por la deriva de Zapatero y el yayo, inflamado por aquellas palabras, empezó a acumularlas con fruición por prescripción clínica. Al repasar meticulosamente cada porción ha visto que les ha salido moho. Ha envuelto cada una en el extracto mensual de la pensión que no le van a revalorizar y las ha tirado a la basura.