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Belén Martínez-Zaporta

Una copa de cultura

Una mañana entre el barro

Como prometí, ayer (por la hora a la que escribo) el día de San Mateo, estuve en la XXVII Feria de Artesanía. Recordaba que en alguna ocasión siendo niña, mis padres me habían llevado a este tipo de ‘mercados artesanos’ y me apetecía comprobar si era posible verlo con los mismos ojos. Me acompañaba mi prima Carlota y llevábamos un carrito de niño, con su hijo Juan. Esto no fue problema para pasear entre los puestos –la feria está en La Glorieta, frente al Círculo Logroñés- porque había gente, pero no resultó para nada agobiante.

Fue una mañana muy agradable, un buen día que empezamos viendo ‘pequeño arte’ a la sombra de los árboles de la plaza, que aún no han sentido el inicio del otoño.

La visita resultó bastante sorprendente. Según llegamos a la feria un agradable olor a rosquillas inundaba nuestro recorrido, y es que además de artesanía también había productos artesanos, me refiero a los típicos fardelejos, el paté del robledillo, alguna verdura…y otros ejemplos que recomiendo ir a probar. Tenía todo muy buena pinta, pero nosotras nos centramos en la artesanía pura y dura.

Lo primero que puedes encontrar rodeando el Instituto Sagasta es puestos de artesanía y alfarería más tradicional. Allí se mezclaban platos decorados, tiestos, con botijos y unas huchas de cerdito (en negro, marrón oscuro y marrón claro) de las que una ve en los dibujos y que les encantan a los niños. En esta parte, el producto estrella para los más pequeños eran unos pajaritos de barro que al soplar hacían un gracioso ruido. Se vendían por 2 o 3 euros y los llamaban ‘los canarios’.

La diversidad fue lo más sorprendente de nuestra visita. Había gente de Portugal, de París, de Teruel, de Bailén, Ávila….y es que la artesanía debe de gustar en muchos sitios y en esos lugares debe haber tradición. Desde Bailén había llegado Catalina, que entre mirada y mirada en su bonito puesto me explicó que era la única mujer de Bailén que se dedicaba a hacer esto. Hace 30 años que trabajaba el barro y había aprendido de su familia. “Antes las mujeres sólo decoraban las figuras, ahora también las hacemos”, me explicó sonriente. La prueba la tenía delante y las hacía muy bien.

Avanzando un poco más, en el centro del recorrido, encontramos lo que se podría llamar “la alfarería del siglo XXI”. Los materiales cambiaban mucho se utilizaba el barro blanco, los esmaltes y hacían lámparas, pendientes, cuadros…Algunos artesanos lo definían como cerámica decorativa. Ante nuestros ojos se abrió un mundo distinto, la evolución de una tradición.

Llamaba la atención un puesto que mezclaba la cerámica con plantas naturales, las utilizaban para los moldes, para decorarla y atrapar para siempre la forma, por ejemplo, de unas hojas de vid que nos conquistaron (como buenas riojanas, en la fiesta de la vendimia).

Al final de mi paseo no pude resistir comprar una de esas pequeñas grandes obras de arte. Me paré en el pequeño stand de la riojana Isabel Fenoll. Su hija nos atendió con cariño y desde la pared me llamó una pequeña cerámica con un grabado del puente de piedra, desde el que se podía ver una panorámica tan logroñesa…me lo llevé a casa.

Fue una mañana bonita, por fin encontré algo de arte a pie de calle. Hoy es la última oportunidad para ir a verlo. De 11.30 a 14.30 y de 17.30 a 22.30 horas.


septiembre 2010
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