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José Ángel González

Cosijazz mías

Hablando su propio lenguaje

Ni tan excitante como el de Roy Haynes ni tan plácido como el de Mulgrew Miller con Kevin Mahogany. Todo discurrió por cauces más usuales, pero fue un buen concierto. Fue algo así como un salto atrás de más de medio siglo para escuchar míticos temas de la era dorada del jazz como Whisper Not, Stablemates o I Remember Clifford tocados según los cánones más pulcros del hard-bop; es decir, fue como más de la mitad de los conciertos a los que los aficionados solemos acudir cada año, sólo que esta vez estuvo frente a nosotros el mismísimo compositor de los citados temas, Benny Golson, cuyas improvisaciones al saxo tenor ya no sorprenden porque hay miles de músicos en todos los rincones del planeta que tocan del mismo modo, pero sólo él podría decir, con veracidad y con orgullo, que frasea haciendo uso de su propio lenguaje musical, el que Golson y un puñado más de jazzmen de su generación acuñaron muchas décadas atrás dejando un legado artístico de tal magnitud que aún hoy continúa sin agotarse.

La edad, es indudable, ha hecho mella en las facultades físicas (que no mentales) de Benny Golson, y por eso le vimos en el Bretón dosificarse de manera inteligente: tocando improvisaciones cortas, guardándose lo mejor para ciertos momentos cumbre del concierto, entrando y saliendo del escenario, dando amplios espacios para el lucimiento a todos los miembros del quinteto, con unas rotaciones que ni las de Guardiola. Bordó algunos solos de mérito y gran creatividad, sobre todo en los tiempos medios, y fue realmente edificante verle disfrutar de esa manera tan candorosa, a sus 81 años, con la música.

El quinteto, en su conjunto, funcionó de manera irreprochable, con cohesión y buena empatía entre sus miembros, con un Philip Harper animoso y enérgico a la trompeta, con el piano de Cedar Walton prestando un acompañamiento armónico impagable (aunque sus improvisaciones fueron demasiado mecánicas), con un Reggie Johnson que siempre es garantía de solidez al contrabajo y un fantástico batería llamado Mario Gonzi que fue la gran revelación de la noche por su estimulante y discreto soporte rítmico y sus lúcidas intervenciones en solitario. Un concierto, ya digo, sin grandes emociones pero de muy buen nivel.


mayo 2010
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