Era la última gran dama, la única superviviente de la era dorada del jazz vocal. Comezó a cantar a principios de los 50, por lo que coincidió en el tiempo con el punto álgido de las carreras de mitos como Ella Fitzgerald, Sarah Vaughn o Billie Holliday y de otras grandes cantantes como June Christy, Carmen McRae o Anita O’Day, por citar sólo unas pocas.
Las causas de su muerte no se han revelado, pero era sabido que Abbey Lincoln estaba muy delicada de salud desde que fuera operada a corazón abierto en el 2007.
Su voz nunca fue un prodigio ni su técnica vocal muy depurada, pero la forma de cantar de Lincoln resultaba siempre desgarradora, emocionante, y jugaba con el tempo, el volumen, el silencio y el swing de una manera muy personal y artística. A mí, personalmente, me encantaba, y quien me conoce sabe que la citaba insistentemente entre mis vocalistas favoritas, por lo que su pérdida me entristece de veras. Hasta siempre, querida Abbey Lincoln.
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