Hace un tiempo, no demasiado, uno asistía a los conciertos que daban los músicos de jazz de este país -admirables por supuesto todos ellos, casi heroes- y se podía pasar el rato jugando mentalmente al ameno y un poco malicioso juego de los parecidos: suena como Lester Young, ahí frasea a lo Parker, ha utilizado la coda de la versión de Miles… y en ese plan, de forma que, quien más quien menos, resultaba un mero aunque adorable sucedáneo de los grandes maestros americanos. Hoy, por contra, la escena jazzística española está dominada en buena parte por una serie de músicos de cuyas actuaciones el aficionado sale una y otra vez sorprendido, confundido a veces, y siempre con la sensación de no haber escuchado antes nada igual. El feliz cambio lo ha propiciado el paulatino trasvase de conceptos flamencos a un jazz patrio hacia el que ahora miran con interés las figuras, los críticos y las discográficas sagradas del otro lado del Atlántico.

Uno de los recién llegados a esta emocionante aventura musical, a este jazz-flamenco que va tomando forma y vigor año a año, casi semana a semana, es el guitarrista Niño Josele, que el jueves nos brindó un concierto cautivador, fascinante y (éste es el único ‘pero’ destacable) demasiado corto. La gracia de esas bulerías adornadas de swing o la forma inaudita de moldear My Foolish Heart fueron milagros musicales inolvidables y buenos ejemplos de porqué la comunidad jazzística muldial está fijando ahora sus ojos en un país del que en otro tiempo se tuvo que marchar asqueado el más increíble jazzman español de todos los tiempos, el gran Tete Montoliú.

Niño Josele mostró en el Bretón que tiene una técnica asombrosa, un sentido rítmico prodigioso, que tiene ‘feeling’ (o ‘pellizco’, uno ya no sabe), pero sobre todo mostró que tiene un cuarteto inmenso que le lleva en volandas en todo momento, con un Perico Sambeat y un Guillermo McGuill más sabios cuanto más canosos y con un Javier Colina que es piedra angular de todo ese maravilloso cambio de rumbo antes apuntado y que en Logroño volvió, una noche más, a dejarnos literalmente boquiabiertos.
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