Tal vez para tocar una balada como I Can’t Get Started de la sobrecogedora manera en la que lo hizo Peter King el jueves sea imprescindible haber pasado sobre la faz de la Tierra un mínimo de 70 años. Seguramente es básico en este caso haber vivido la II Guerra Mundial y la del Ulster, el hippismo y el thacherismo, haber pasado noches en vela en interminables jam sessions en oscuros clubes londinentes y haber salido de gira mundial con los Rolling Stones, haber experimentado un millón de las alegrías y los sinsabores que depara a uno cualquier vida suficientemente larga. Y quizá sólo así, después de todo eso, un gran músico de jazz puede crear una obra de arte improvisada de la profundidad emocional y la perfección de la lograda por el saxofonista británico sobre los acordes del citado standard.

Peter King, encorvado por la edad, con los ojos fuertemente cerrados en un gesto de máxima y mística concentración, las arrugas surcándole de lado a lado la frente, solpló un solo antológico de estructura incontestable hilvanado con mágicas notas del mismo material del que está hecho el alma. Sólo por la belleza agridulce, doliente y evocadora de esa improvisación hubiera valido la pena, sin duda, el concierto. Sucedió durante el tercer tema y no hubiera importado que la cosa quedase ahí. Pero hubo mucho más, claro, y todo bueno: una versión vertiginosa de Impressions, un hipnótico Footprints, ese Lush Life de cortar la respiración, ese ‘Round Midnight de los que sientan cátedra… Una imborrable noche, en resumidas cuentas, cimentada sobre el buen hacer de un trío rítmico siempre sólido y estimulante y con un Peter King en estado de gracia elaborando con su saxo alto unos discursos que son la antítesis de los que estos días de campaña electoral se han habituado a soportar nuestros oídos; unos discursos melódicos deslumbrantes, cautivadores, plenos de hondura, de ponderación, de madurez y de verdad. Yo ya lo he decidido: yo voto a Peter King.
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