Hay muchas cosas en esta vida que es imprescindible hacer con pasión. Una de ellas, no tengo dudas sobre esto, es tocar jazz; y otra, escuchar jazz. Tocar jazz con pasión implica cerrar los ojos al mundo racional, olvidarse de las tonalidades, las escalas mixolidias y los acordes de fa bemol invertidos que uno ha estudiado y crear arte con las entrañas, confiando en el instinto, en los compañeros músicos que están a tu lado y en el corazón. En tales preceptos creen de forma ciega los cinco integrantes de ese sorprendente quinteto denominado Afrocuban Ensemble que el jueves pisaron las tablas del Teatro Bretón para ofrecer un maravilloso concierto rebosante de energía, entusiasmo, espontaneidad y riesgo.

Desde el primer tema de un espectáculo musical que se prolongo durante dos intensas horas, los miembros del grupo se lanzaron confiados al vacío de la música contemporánea improvisada sin la más mínima concesión al público. Un público que, ya digo, para disfrutar de aventuras como las que proponen grupos del tipo del Afrocuban Ensamble necesita escuchar con pasión. Necesita olvidarse de todo lo que ha podido oir antes, de las normas, de las formas, de las etiquetas. Necesita liberar sólo la parte más antigua y animal de su cerebro y abrir de par en par todos los conductos sensoriales que conectan con el alma.

Quienes así lo hicieron disfrutaron con la música de un quinteto que conserva la tradición latina en su ADN, pero que va mucho más allá con una propuesta intrépida y vanguardista donde la rumba, el danzón o el chachachá no son sino raíces ocultas en un frondoso bosque musical en el que uno se pierde a placer entre especies desconocidas y flores exóticas, entre composiciones propias de singular audacia y exégesis asombrosas de standards mil vesces escuchados, como esa versión tórrida de Bésame Mucho que ya figura subrayado y con mayúsculas en el libro de honor de un Ciclo de Jazz más apasionante cada año.
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