Traigo al blog este extenso artículo que he escrito sobre el gran Ebbe Traberg y que este domingo ha salido publicado en Diario LA RIOJA:
Ebbe Traberg era danés, pero en Ezcaray todo el mundo le conocía por ‘El Holandés’, vaya usted a saber porqué. Vino a España en la década de los 60 como corresponsal del diario ‘Information’ y se enamoró del país y, más tarde, de esta pequeña villa riojana, en la que solía pasar buena parte del año. Además de periodista era escritor, filósofo, traductor, guionista cinematográfico, crítico musical, poeta y ensayista, y su producción intelectual fue tan amplia y de tal enjundia que hoy es materia de estudio en la Universidad de Copenhague, pero eso, en Ezcaray, no lo sabía casi nadie. Para la inmensa mayoría de los vecinos, Ebbe era uno más, un hombre divertido, campechano y tranquilo con el que coincidían en los bares, con el que jugaban a las cartas, se sentaban en los bancos de la plaza y hablaban de fútbol, de ciclismo, de mujeres y de vino. Lo que sí se rumoreaba de él es que cultivaba con desvelo una desmesurada pasión por una música extraña llamada jazz.
En efecto, el alma de Ebbe Traberg se nutría básicamente de jazz. Cada noche se encerraba en la última planta de la vieja casa ezcarayense de tres pisos que compartía con su mujer y disfrutaba hasta altas horas de la madrugada de su particular isla del tesoro. Jesús Pérez-Caballero, promotor musical, amigo de Ebbe y programador, entre otros, del Festival de Jazz de Ezcaray que cada año se dedica a su memoria, conoció personalmente ese harén musical de estanterías metálicas que forraban de discos de arriba a abajo aquellas altas paredes solariegas, aquel vergel de cajas y cajones rebosantes de fotos, escritos y todo tipo de objetos relacionados con la música que amaba. Pérez-Caballero asegura que en los aproximadamente 200 metros cuadrados de aquella tercera planta «Ebbe tenía unos cinco mil discos de vinilo, otro montón de compactos, mil y pico cintas de conciertos grabados por él mismo en directo o tomados de emisiones de la radio danesa…». Y a todo ello habría que añadir objetos no menos codiciables por cualquier aficionado como «montones de libros y revistas de jazz» e incluso «correspondencia que Ebbe mantenía con muchos de los más grandes músicos, que eran sus amigos».
Entre los viejos vinilos (muchos de ellos LPs de 25 centímetros de los de cuatro canciones por cada cara) podían encontrarse grabaciones de cualquier buen músico de jazz que uno sea capaz de nombrar, «muchas ‘primeras ediciones’ y verdaderas rarezas discográficas». En cuanto a sus cintas grabadas en clubes de todo el mundo (Ebbe era un viajero empedernido), «había un montón de horas de Dexter Gordon, de Roy Haynes, Paul Bley, Art Blakey, Dizzy Gillespie… Yo creo que llegó a grabar hasta a Charlie Parker». Cualquier persona familiarizada con el jazz sabe lo que esto significa en un tipo de música que es creación instantánea, donde la obra de arte nace y muere en el mismo momento de su ejecución, disuelta en el aire a no ser que alguien, como Ebbe, esté allí para rescatarla de algún modo.
¿Qué ha sido de todo este legado? Desde que ‘El Holandés’ muriera, hace ya 14 años, se encuentra en poder de la Fundación Ebbe Traberg, un organismo que se creó por propia voluntad del escritor con la finalidad de llevar a cabo todo tipo de actividades orientadas a la difusión del jazz y, según se recoge expresamente en los «objetivos» de la misma, «crear un fondo editorial, fonográfico, videográfico y de cualquier otro material relacionado con el jazz (…) que culminaría con la creación de una mediateca que se convirtiera en centro de referencia y consulta para investigadores, profesionales y público en general».
Para ello, Ebbe confió en Raúl Mao y María Antonia García, director y subdirectora de Cuadernos de Jazz, publicación especializada con la que colaboraba. Cuando estaba ya muy enfermo de cáncer firmó los documentos necesarios para constituir dicha fundación, donar a ella toda su colección de objetos relacionados con el jazz y que ésta fuera gestionada por ambos. Ebbe falleció el 9 mayo de 1996, a los 64 años. Pocos días después, una furgoneta llegaba a su casa de Ezcaray para llevar todo el material del escritor a Madrid. Y allí sigue, depositado entre cuatro paredes en un local del centro de la ciudad. «Sin que nadie haga nada con él», subraya Pérez-Caballero.
La propia subdirectora de la Fundación, María Antonia García, confiesa que la gestión de los fondos no ha sido la más deseable, y señala a la «falta de recursos económicos» como la causa de tal situación. «Tristemente, aún ni se ha podido catalogar lo que Ebbe nos dejó». Entre las joyas de ese legado, García destaca los «muchísimos discos originales que ahora no se podrían encontrar en ninguna parte, textos manuscritos no editados, intercambio de correspondencia con Roy Haynes o Joachim Kühn, miles de grabaciones en cassette o en cintas de bobina, desde conciertos de Miles Davis en grandes festivales a sesiones de músicos más modestos en clubes de Nueva York o de Copenhague».
«Al principio -explica la subdirectora de la Fundación- recibimos una pequeña donación de una institución danesa, como de medio millón de pesetas, con la que compramos un ordenador y se contrató a una persona para catalogar los fondos, pero el dinero se agotó mucho antes de poder completar el trabajo».
Admite también María Antonia García que la colección está cerrada al público, que nadie se ha interesado por la posibilidad de editar las grabaciones privadas y que, incluso, «preocupa la caducidad física de las grabaciones. Lo que habría que hacer es pasarlas a otro soporte». «Nos gustaría -asegura- volcar todo en Internet: música, carpetas originales, fotos, datos… para que todo el mundo pudiera tener acceso, al menos parcial, al legado de Ebbe».
«Hemos intentado recaudar subvenciones a través de distintas instituciones, desde el Ayuntamiento de Madrid al Ministerio de Cultura, pero nada». «Aún así no nos rendimos», puntualiza. Ante la falta de dinero para otros proyectos de mayor calado, la Fundación se ha dedicado estos años a organizar una pequeña serie de conciertos de homenaje a Ebbe.
«Es una pena todo esto», reflexiona Pérez-Caballero. «A Ebbe lo que le hubiera gustado es que aficionados, periodistas y todo el mundo pudiera tener acceso a su colección, que es lo que él hacía cuando estaba vivo: invitaba a cualquiera a subir a su casa y escuchar música. En su casa siempre había ciento y la madre».
«A él le gustaba hacer proselitismo del jazz», añade el periodista Juan Claudio Cifuentes, ‘Cifu’, amigo íntimo de Ebbe durante tres décadas y compañero suyo, por ejemplo, en la realización del extinto programa de televisión ‘Jazz entre amigos’. «Recuerdo con mucho cariño las noches que pasé en su casa de Ezcaray, escuchando música hasta las siete de la mañana, picando chorizo y vino».
‘Cifu’ describe a Ebbe como «uno de los más grandes humanistas del siglo XX, con un corazón de dimensiones sólo comparables a las de su cultura. Fue -prosigue- el decano de la crítica de jazz en España, el especialista más completo y más respetado. Fue, además, amigo personal de tíos como Dexter Gordon, Paul Bley, Roy Haynes… a los que ni se les ocurría estar de gira por España y no llamarle para quedar un rato con él».
Los dos «amigos del alma» se conocieron en el antiguo Whisky Jazz de Madrid una noche de 1964 durante una actuación del cuarteto de Dexter Gordon con Tete Montoliú. «Un señor que parecía extranjero pero que hablaba español perfectamente se sentó a mi lado y se puso a comentar conmigo lo que estábamos escuchando. Sabía de jazz lo que no estaba en los escritos y en seguida me di cuenta de que también era un ser humano extraordinario», recuerda ‘Cifu’. «Todo lo que se haga para honrar la memoria de Ebbe me parecerá siempre poco, pero lo que se está haciendo desde la Fundación me parece muy poco, o casi nada».