Hoy toca
Ni sábado, sabadete. Ni domingo festivalero. Yo soy de martes. Así que ¡hoy toca!
A mi edad y con un cuerpo cascado como el mío, con uno por semana es más que suficiente. Dos es ya un sobreesfuerzo… y mira que lo intento. Incluso me preparo solo para aguantar más, pero me cuesta tener que darlo todo dos días casi seguidos. En su tiempo podía con uno diario… ¡hasta con dos podía! Ahora, uno cada siete días y controlando los impulsos, no vaya a ser que me rompa y me quede varias semanas en el dique seco.
Pero no pierdo la ilusión. Me alimento también de la alegría de otros colegas más mayores que, como yo, apuntan el martes como día marcado para darlo todo. Es lo que tiene que algo te guste mucho, que a pesar de dolores, achaques y falta de forma y práctica, el deseo de que llegue el mejor momento de la semana y las ganas de hacerlo siempre bien (a estas alturas, ya no se busca hacerlo mejor, basta con no hacerlo peor) vencen a la pereza, a la rutina y a la vagancia que te atrapa sentado en el sofá frente a la tele. A veces, salgo tarde del trabajo con la rabia de que he perdido una oportunidad, que se me escapa hasta la próxima, todavía lejana.
Me enorgullece pensar que muchos pagarían por tener momentos como este mío. Algunos ya lo han dado por imposible y se han dedicado al noble arte de mirar desde la distancia. Pero yo sigo ahí, al pie del cañón, presto a acertar y a seguir sumando muescas en la culata de mi pistola.
Como Juan, como Luis, como Carlos, como Pedro, como Tomás, como Chema,… Algunos de ellos ya nobles sesentones, llevan toda la vida buscando su día, su espacio, su tiempo para seguir haciendo eso que les enganchó cuando eran bien pequeños y que sigue siendo lo más importante de las cosas menos importantes.
Da gusto verlos todos los martes, a eso de las 21.00 horas, en el viejo pabellón de Maristas. Jugando a una canasta, con las normas clásicas de toda la vida, complicadas de comprender para los novatos pero entendidas y asumidas por el resto. Si uno es perro, el otro tiene que serlo más. Es la ley de la pachanga. Canasta va, canasta viene. El que mete saca. Leñazo a uno, leñazo a otro. Risas, sonrisas, comentarios.
El del martes es de esos momentos que no se pagan con dinero, que te cargan las pilas. Son esos ratos en los que disfrutas jugando, pero que son casi mejores observando, mirando, escuchando.
Pagaría por ser como ellos dentro de unos cuantos años, por seguir manteniendo su sonrisa, su ilusión, su amistad, su deseo por seguir juntos y el ánimo por hacerlo sobre una cancha de baloncesto. Da gusto.
¡Ya es martes! ¡Hoy toca!