Cuando se hable dentro de unos años de la historia del baloncesto español, los chicos de oro coparán la conversación. Se lo merecen, sin duda. Medallas olímpicas, mundiales. Dominando Europa y plantando cara a las diferentes versiones del ‘Dream Team’ durante más de una década. Se hablará de los Gasol, Navarro, Reyes, Rudy, Calderón, Ricky… Salen todos de carrerilla, sin pensar.
Si en esa charla futura a alguno se le ocurre cambiar esos nombres por los de Torrens, Xargay, Nicholls, Palau, Cruz, Domínguez, Little, debería repetir elogios, virtudes y merecimientos. Porque lo que estamos viviendo con la selección femenina tampoco tiene parangón. Son las mejores del continente, sólo están un paso por detrás de las inalcanzables estadounidenses y han convertido el podio en su lugar natural en cualquier competición a la que acuden desde hace también un porrón de años.
Si no, que se lo pregunten a José Ignacio Hernández, flamante entrenador del Campus Promete y uno de los artífices de esta edad dorada. Me juego las manos a que opina igual… y eso que apenas he compartido algunas frases con él en su presentación en Logroño.
Con medallas al cuello es fácil decir esto, es nadar a favor de corriente, pero da gusto ver jugar a nuestras chicas. No son las más altas, ni las más fuertes, ni las más atléticas. Son, como dice Lucas Mondelo, el gran director de esta afinada orquesta, unos «ratones colorados». Son intensas, rápidas, solidarias, inteligentes. Tienen carácter y mucho talento. Son un equipo. Son una gozada.
Da gusto verlas porque, además, esta vez las hemos podido disfrutar por La 1 (la Primera de toda la vida). Me tuve que frotar los ojos. No daba crédito. Por fin algún iluso había decidido poner deporte femenino ¡modificando la transmisión del Telediario! Por un momento pensé que se habían adelantado los Juegos Olímpicos. Pero estas chicas se lo merecen todo. Son nuestras chicas de primera.