Facundo Campazzo se va a la NBA. El argentino ha fichado por los dos próximos años por los Denver Nuggets. Se despidió el domingo, con la grada vacía por la pandemia, sin el aplauso del público que le ha adorado. Y lo hizo con una exhibición. Como no podía ser de otra forma. Como se merecía.
El Real Madrid se queda sin la magia del mejor base en la actualidad en Europa en medio de la temporada. Una baja que deja un descosido importante en la plantilla de Pablo Laso, que tendrá que buscar soluciones entre los suyos para compensar la ausencia del jugón que ha llevado los mandos blancos en las últimas temporadas. Tiene a un Carlos Alocén con una pinta estupenda pero al que todavía le falta el hervor del baloncesto de altísimo nivel. También está Nicolás Laprovittola, un base que ha sido MVP de la ACB pero en el que el técnico vitoriano no ha depositado demasiada confianza. Y, además, suma a la dirección a un Sergio Llull que, con la presencia de Campazzo, había ejercido más de dos en los últimos tiempos. Walter Tavares se queda sin la fuente principal que aprovisionaba de balones al gigante caboverdiano.
El Facu se merece disfrutar de la oportunidad de mostrar su talento de prestidigitador, de ilusionista, en la mejor liga del mundo. Siempre tendrá tiempo de volver a Europa. Pero deja huérfano de su hechizo al Madrid de cara a la fase más decisiva de la campaña. Una baja de aúpa.
Y, sin embargo, pese al estropicio que provoca en el club de sus amores, ya pactado a principio de temporada (hasta en eso han hecho bien las cosas las dos partes), se fue con el cariño de los suyos, con los abrazos sentidos de todos sus compañeros y entrenadores, del gran capitán Felipe Reyes, de su cómplice Llull, del jefe Laso. Fue manteado como un héroe. Se va por la puerta grande.
Así, sí. Da gusto que, pese a tanta profesionalidad, intereses deportivos y económicos, lo primero sea la persona. Porque el domingo, el Real Madrid manteaba al Facu, no a la estrella.