Hoy, por fin, se ponen en marcha los Juegos Deportivos de La Rioja. Como bien dijo en su presentación el consejero de Educación, Cultura, Deporte y Juventud, Pedro Uruñuela, «es un paso más hacia la normalización». «Deporte seguro, como antes fue Educación segura», añadía. Cierto es que ya hay clubes en distintas modalidades deportivas que están trabajando desde hace tiempo cumpliendo fielmente los protocolos sanitarios para evitar contagios por coronavirus. Pero da alegría saber que los miles de niños que hacen deporte en La Rioja lo van a poder retomar la práctica en una ‘normalidad poco normal’ que esperemos que vaya recuperando formas pasadas cuanto antes hasta alcanzar la competición.
Los pabellones de los colegios volverán a llenarse de niños y de balones (de esto último más todavía por la imposibilidad durante una primera etapa de compartir material). Sin embargo, y posiblemente me repita pero es que se me abren las carnes solo de recordar los viejos tiempos, sigo echando de menos ver niños pequeños con balones por las calles. Yo, que me paro a mirar a cualquiera que esté jugando en alguna de las pistas de baloncesto al aire libre repartidas por Logroño, sea bueno, malo o regular, me gustaría ver por las aceras a niños con su balón, botando, lanzándolo contra las paredes, intentando hacer virguerías con los dedos. En estos tiempos de pandemia, casi es más fácil llevar un balón de baloncesto que uno de fútbol. Y, sin embargo, el pie sigue mandando sobre la mano.
El domingo me quedé viendo desde la distancia un dos por dos en Villa Patro entre una pareja de adolescentes y dos hombres ya talluditos. En una cancha de cemento, cogiendo temperatura en una soleada pero fresca mañana, intercambiaban canastas. Como se ha hecho siempre.
La semana pasada unos niños pequeños jugaban al baloncesto casi a oscuras junto al puente de Sagasta. Yo paseaba. Me paré a disfrutarlos un rato. Jugaban en la calle, como se ha hecho siempre. Quizás no esté todo perdido.