Contaba la mujer de Juan Carlos Navarro que, en su etapa de novios, la pareja la formaban tres: ella, Juanqui… y Pau Gasol. El entonces larguirucho, flaco y algo tímido jugador en ciernes del Barça se acoplaba constantemente a los planes de su amigo y su chica con total naturalidad. La relación ha perdurado en el tiempo, en Barcelona, en la selección, en mil vacaciones y momentos de ocio, en la NBA. Precisamente, Pau hizo de cicerone de Navarro, estrella en Europa pero novato en Memphis, en los Grizzlies, porque el escolta formaba parte de su familia.
Ese concepto de familia se mantiene en la selección española de baloncesto desde hace ya lustros y, en cualquier entrevista a los Gasol, Navarro, Garbajosa, Felipe Reyes, Rudy Fernández, Llull o Sergio Rodríguez, hablaban de este aspecto como parte esencial de los éxitos logrados por la ÑBA. Y basta con verlos fuera de las canchas en concentraciones y torneos para entender que es así.
Mira que me cuesta eso tan de los jugadores americanos de calificar de hermanos a compañeros de equipo y colegas de profesión. Me llamaba especialmente la atención cuando lo escuchaba de Pau al referirse a Koby Bryant. Un tío europeo, formado, cabal, sin esa verborrea a veces irrefrenable y arrastrada por las ganas de protagonismo en el show de muchos jugadores, hablaba del líder de los Lakers con ese término que podía parecer hasta frívolo por lo que significa. Sin embargo, tras la dolorosa e inesperada muerte de la Mamba, Gasol ha demostrado con hechos que así lo consideraba. Ha sufrido el duelo de la pérdida, ha arropado a su mujer e hijas, ha llamado a su niña con el nombre de la ‘sobrina’ perdida. Ha probado con acciones que está ahí para esa otra parte de su familia, la americana.
Esas son las cosas que al final deja el baloncesto a aquellos que lo aman, lo viven y lo disfrutan, otra familia a la que querer.