Lo de Paula Estebas de este año es un escándalo. Parece una cría. Juega como una cría. Es valiente, descarada, atrevida hasta la osadía y la imprudencia, intrépida, animosa, combativa hasta el último aliento. No tiene miedo y sobre la pista representa la esencia del baloncesto. Porque el baloncesto es un juego. Y a Paula se le ve disfrutar, sonreír, celebrar, animar.
Ya lo decía César Aneas: «Es la Llull de nuestro equipo». Es la dueña de las ‘mandarinas’ del Promete. Tiros sorprendentes, inesperados; entradas contra el mundo; pases a la remanguillé; lanzamientos cuando el balón quema a otras. Con su mente matemática y su espíritu de violinista sabe buscar esa vuelta a la táctica, al encorsetamiento. Y así encuentra en muchas ocasiones esa solución tan difícil que es hacer lo sencillo… y hacerlo efectivo. Porque, en ese salón ordenado que es el baloncesto profesional, Paula es ese cojín torcido que da sentido a las cosas.
Juega con la confianza de quien sabe que es así y que su entrenador entiende que es así. Con sus cosas. Buenas y malas. Cree en ella y ella se lo está devolviendo con un nivel a la altura de las mejores. Lo del otro día ante Al-Qázeres y, especialmente, ante Jacinto Carbajal fue una reivindicación de quién es ella.
Está al nivel de las mejores, en ese estado de acierto de las buenas (13,1 puntos por partido, con un 43,6% en tiros de dos y un 38,1% en triples) y aporta esa diferencia que merece la pena tener en los buenos equipos. Como en el que dirige Lucas Mondelo. ¡Paula, selección (y Laia Flores, también)!