Me cuesta ver equipos reconocibles en la ACB, clubes que mantengan una estructura medianamente estable de jugadores que permitan identificar al ‘roster’ del equipo al que uno sigue. Ya no pido que ese bloque asentado de 6 o 7 jugadores sea nacional, bastaría con que tuviera jugadores con tres años en la plantilla.
El Real Madrid es la gran excepción y un ejemplo de lo que debería ser más habitual. Llull, Rudy, Causeur, Carroll, Reyes, Tavares, Thompkins, Taylor, Randolph. Todos ellos totalmente asociados a la elástica blanca. Además, sus incorporaciones son nacionales –como Alocén, Abalde o el canterano Garuba–, lo que ayuda a dar más estabilidad al proyecto. Y los que se van, quedan muy ligados al club, como Campazzo y Doncic.
No puede decir lo mismo el actual Barça, con estrellas muy conocidas pero de reciente aterrizaje en tierras blaugranas. Lejos quedan ese equipo en el que coincidieron durante años Navarro, Sada, Grimau, Lakovic o Lorbek. Salían los nombres de carrerilla.
Ahora se producen altas y bajas con una facilidad pasmosa que hacen difícil saber, viendo los jugadores de la plantilla en septiembre y en mayo, si estamos hablando de un mismo equipo. Muchas caras no te suenan.
Es verdad que da gusto ver a equipos de cantera como el Juventut o el Estudiantes que han hecho de la debilidad virtud en estos tiempos tan difíciles a nivel económico y dan oportunidades a los jugadores que ellos mismos han formado. Estos son los que mantienen y trasladan el espíritu y la filosofía del club y los que sirven de cemento y de apoyo a los que llegan nuevos.
Ahora que ha empezado la pretemporada en la NBA, veo el baile de jugadores que se suceden en estas fechas, que van y vienen sin contar con el propio deportista (que se lo pregunten a Ricky Rubio) y pienso que nos hemos fijado tanto en la mejor liga del mundo que hemos acabando cogiendo lo peor de ella.