La Navidad es tiempo de batallitas. De contarlas y de escucharlas. Hoy me toca a mí escribir algunas. «Sicilia, 1920…» (si no eres un viejoven, olvídalo, porque no sabrás nada de ‘Las chicas de oro’ y habrás pensado que me he pasado con el anisete estas fiestas).
El caso es que en unas fechas tan de recordar y en un tiempo tan complicado por la pandemia del coronavirus, es inevitable comentar entre veteranos de la canasta de por aquí algunas de las cosas que pasaban en Logroño cuando el Palacio de los Deportes no existía y cuando el gol en Las Gaunas se cantaba en el vetusto y añorado Municipal. Cuando las cosas grandes del baloncesto pasaban en un polideportivo de Lobete sin reformar, que se llenaba a menudo (es cierto que tampoco hacía falta demasiado para que eso pasara).
Ese Lobete vio a Sabonis jugar con la Unión Soviética (recuerdo ir con mi hermana a pedir autógrafos al Hotel Murrieta entre una cuadrilla de gigantes bigotudos de melenas trasnochadas); disfrutó de unos chicos de oro deslumbrantes con sus acciones cuando eran imberbes pero talentosos juveniles, antes de convertirse en la base de la selección española más exitosa de la historia; vivió un All-Star de la ACB, bajo el patrocinio de La Rioja Calidad, con Salva Díez representando al baloncesto regional (todavía guardo fotos con Rafa Jofresa, Ralph McPherson o Ramón Rivas). Incluso hizo que jugadores de medio pelo, como el que escribe, disfrutaran como profesionales del torneo de Navidad que allí se disputaba y en el que la gente que acudía hacía que parecieran las finales de una competición de alto rango.
Los antiguos echamos esto de menos pero intentamos seguir disfrutando de lo que ahora tenemos. A los jóvenes que no han entendido nada de esta columna porque no vivieron nada de lo que les estoy contando, les animo a que vivan el baloncesto que les toca, que lo disfruten ahora para poder recordarlo dentro de muchos años. Para que puedan contarlo y que no se lo cuenten.