En mis años en Madrid, algunos forofos del baloncesto de la Redacción Central de Vocento y de ABC quedábamos un día a la semana para echar una pachanga a la hora de comer en una cancha situada curiosamente en la avenida de Logroño.
Allí matábamos el gusanillo y nos desfogábamos entre risas, fallos, canastas imposibles (para nosotros) y algún que otro pique sin importancia. Se fueron juntando gente de otras secciones, de otros medios, algunos colegas… incluso algún día se animó Ander Mirambell, olímpico español en skeleton. La historia es que al menos siempre hubiera diez tipos dispuestos para jugar.
Éramos gente de todas partes de España que habíamos acabado trabajando en la capital y que, de una forma u otra, queríamos seguir ligados a nuestro deporte favorito. Algunos acabamos también metidos en la liga municipal madrileña, una ocasión para jugar un ratillo más y echar unas cervezas después.
Uno de los fijos y promotores de juntarnos era Alfonso, criado en el Ramiro de Maeztu, con el Estudiantes corriendo por su venas y que encontró el trabajo de sus sueños dentro de la sección de marketing del club de sus amores.
Con él conocí la mítica ‘Nevera’, pista de culto para cualquier amante del básket, sea o no seguidor estudiantil. A última hora de la tarde-noche se transformaba en un lugar abierto para disfrute organizado de toda esa masa de antiguos jugadores, canteranos y colegas del club en el que entrabas a jugar y te integraban sin preguntarte equipo favorito, procedencia y, apenas, el nombre. En cuanto te integrabas en un cinco, ya eras uno más.
Cuando este fin de semana vi las imágenes de los estragos que el temporal de nieve había causado en la cúpula de la ‘Nevera’ me consumió la pena. Solo espero que el principal símbolo y la sede de la cantera estudiantil se recupere cuanto antes y vuelva a palpitar con el baloncesto.