Cuando llegan estas fechas me vuelvo a ilusionar. En otro tiempo, en estos días ya estaba agotado de tanto correr alrededor de Jesuítas, hasta la balsa de Viana, en La Grajera o en los jardines de Ermitagaña bajo el atento control de Luis, Roberto, Javi, Joserra, Manolo o Juanan. Farlek, circuitos de fuerza, velocidad, saltos, test de Cooper y más balón medicinal que de baloncesto. Era lo habitual en esas pretemporadas tan odiosas al principio como necesarias y satisfactorias al final.
Aunque ahora parece que todo empieza más tarde, yo, como el perro de Pávlov, comienzo a salivar porque veo que el baloncesto regresa a las canchas riojanas y muchos equipos ya empiezan a preparar sus nuevas campañas, con la esperanza de que el maldito bicho comience ya quedar fuera de nuestro lenguaje.
Ayer empezó a andar el Logrobasket, hoy comienza el Campus Promete, en unos días lo hará el Clavijo. Los tres lo hacen con proyectos que parecen mejorar los ya exitosos de la campaña anterior.
Y también llega el momento de recuperar sensaciones para los numerosos equipos riojanos de categorías interautonómicas, regionales o juveniles.
Y, por fin, las canchas de baloncesto de La Rioja se van a poner bonitas, con muchos balones botando por ellas, lanzamientos a canastas, pases al limbo, carreras, tapones, errores y aciertos, gritos, risas, cabreos.
Y, en solo unos pocos días, los aficionados podrán volver a las gradas (de momento, aún en menor número del que todos desearíamos), a animar y apoyar a sus equipos, a sus amigos, hijos o padres.
Solo de pensarlo se me escapa, sin querer o queriendo, una sonrisa. Y es que muchos ya teníamos ganas de que, después de demasiados meses de parón, las canchas vuelvan a ser invadidas por el baloncesto, que las canchas vuelvan a ponerse bonitas.