Ayer por la mañana no tenía claro el tema de la columna de hoy. Contaba con varios frentes abiertos, pero me costaba definirme por uno de ellos. Una llamada me ayudó a decantarme por este. Una hora de interesante conversación, muchas coincidencias, demasiados problemas y alguna solución.

El tema: competición ya para los más pequeños. A partir del viernes, 1 de octubre, la mayoría de los colegios ponen en marcha sus actividades extraescolares. El baloncesto es una de ellas. Para algunos padres es una ludoteca en donde tener ocupados a sus hijos durante una hora más dos o tres días a la semana. Para muchos que nos gusta este deporte y que pensamos que es una parte más en la formación de nuestros vástagos, estas horas suponen un espacio de salud, valores, compañerismo y colaboración, entre otras muchas cosas. Pero falta el importante apartado de la competición.

La competición es fundamental como parte, objetivo y fundamento del entrenamiento. Después de dos años terribles en los que se han perdido muchos niños para la práctica deportiva, hay que buscar que aquellos que han vuelto o se han inscrito por primera vez (los menos, porque tanto sedentarismo obligado ha repercutido en la actitud de muchos frente al deporte) se vuelvan a enganchar al baloncesto y ya no lo abandonen, pandemia mundial mediante, hasta que las fuerzas y el físico les fallen.

Para ello es básica la existencia de la competición. Ganar y perder, como pasa a lo largo de la vida; saber gestionar cada una de ellas y extraer aprendizajes para seguir mejorando; sacar lo máximo de uno mismo y colaborar para ayudar a mostrar la mejor versión de los compañeros por el bien de un fin común; disfrutar de la adrenalina de medirse a rivales superiores y desafiarles. Todo eso aporta la competición y todo eso se llevan perdiendo nuestros pequeños deportistas, por lo que es indispensable intentar recuperarlas cuanto antes.