Para los que no son de mi cuerda (y posiblemente nunca lo serán) pero realizan un trabajo ímprobo e incansable por el bien de los suyos; para los que lo son y se dejan la piel por hacer que todo salga adelante; para aquellos que caminan por caminos paralelos, con sus ideas, sus métodos y sus fórmulas particulares pero que acaban convergiendo en el mismo fin de dar vida al baloncesto riojano desde sus clubes, atalayas, localidades y espacios varios.
Para los jugadores y entrenadores que no desfallecen pese a la incertidumbre de un calendario que vive bajo la amenaza del coronavirus; para los más pequeños, que lo han sufrido de forma especial y que sueñan con vivir su primer final de temporada especial, sin cierres ni paradas, solo jugando; para los veteranos que se niegan a dejar las pistas porque parte de su felicidad pasa por compartir la satisfacción de meter la pelota naranja por el aro.
Para los que se esfuerzan por organizar, regir, estructurar, reglar y/o ordenar este maravilloso submundo, mientras tragan sapos (algunos incluso merecidos).
Para todos ellos (y los que me dejo), mi más sincero reconocimiento (hoy menor que el de mañana).