Las mejores historias empiezan por casualidad y la de Jesús Sala con el Clavijo comenzó más por las complicadas circunstancias en las que se encontraba el club que por un interés inicial para que el técnico fuera el primer entrenador. De hecho, en noviembre de 2004, Sala estaba llamado a ser el ayudante de un nuevo entrenador tras la salida de un Jesús Gutiérrez que se marchó empujado por los malos resultados y harto de un vestuario rebelde. Sonó con fuerza el argentino Coleffi como el sustituto de “prestigio” que prometió el presidente pero, mientras tanto, el matrimonio de conveniencia de Sala y Caco Rodríguez asumió el mando. Los buenos resultados acabaron por convencer a Manolo de Miguel de que no había que buscar más, de que el futuro se sentaba ya en el banquillo. Sólo que no era plural, sino singular. Caco se fue y se quedó Sala.
Y ya han pasado casi diez años desde entonces. En este tiempo, el expresivo técnico madrileño se ha hecho histórico, en el Clavijo y en la LEB Oro, con apenas 36 años.
Hace una década, yo era el encargado de cubrir la información de baloncesto en Diario LA RIOJA, prestando especial atención al Cajarioja (ahora Cocinas.com), y tuve la fortuna de vivir este cambio. Desde mi condición de periodista y mi corazón de apasionado del basket, Jesús me convenció.
El cambio que dio el equipo, su claridad, capacidad y solvencia para tomar decisiones sin casarse con nadie, pasando por encima de jugadores carismáticos, cuando contaba con edad (que no físico, perdóname Jesús) para ser uno más en la plantilla, tenía un mérito incuestionable. Contundente en sus decisiones, en sus indicaciones y en sus broncas. Con 26 tacos. En estos diez años ha sobrevivido a un categoría que fagocita entrenadores y clubes a la velocidad del rayo, en la que las plantillas cambian tanto de una campaña a otra que se hacen irreconocibles para los hinchas y en la que una buena temporada no asegura siquiera un verano tranquilo.
Ahora, desde la distancia, pero desde el conocimiento del aficionado veterano que ha seguido al equipo y toda la información que ha generado con sumo interés, me sorprende la decisión de cambiar el banquillo por el despacho. De entrenador a director técnico.
El Clavijo y el propio Sala han decidido sacar de la pista a su estrella. Porque en este Clavijo no hay nadie más reconocible que el entrenador, nadie más fiel a la entidad. Jesús siempre se ha reconocido como “un hombre de club”. Ahora, asume un cargo que le aleja momentáneamente de la cancha a los 36 años, una edad en la que muchos aún están buscando una pequeña oportunidad.
A mí me hubiera gustado seguir viéndolo en la banda, dando instrucciones, presionando al árbitro, volviéndose hacia el banquillo. Si no era aquí, en otro sitio mejor (que, sin querer faltar a nadie, los hay).
Yo, sinceramente, pensaba que su próximo destino debía ser la ACB. Sala es una bicoca para cualquier club con buen criterio y un punto de valentía. Técnico joven, preparado, con una trayectoria muy larga e intachable en la segunda categoría del baloncesto español y una de las competiciones de mayor nivel del basket europeo, hombre de confianza de la federación (es habitual en el staff técnico de la FEB y consiguió el oro en el Europeo U 20 de 2011 junto al actual seleccionador, Juan Antonio Orenga). Poco más se puede pedir.
Pero son muchos gallos en un gallinero muy pequeño en el que hay demasiados zorros y raposas esperando alguna presa que cazar y muy pocas gallinas de huevos de oro. No hay comida para tanta gente en una granja en la que las gallinas más hermosas apenas se mezclan con el resto, un grupo de enclenques y famélicas aves en el que la supervivencia ya es un gran logro ante la escasez de comida.
No es que crea que el paso a los despachos sea un paso atrás para Jesús. Al contrario. Creo que el Clavijo se decide al fin a establecer una estructura clara y profesional en el área deportiva del club. Después de años ejerciendo de director técnico en la sombra, tendrá mando en plaza oficial y configurará el nuevo ‘roster’ junto al nuevo inquilino del banquillo, Antonio Pérez.
No le deseo lo mejor porque estoy convencido de que no le hace falta. Estoy seguro de que será un excelente director técnico porque conoce como nadie la categoría y el mercado y se sacará de la chistera fichajes desconocidos de rendimiento sobresaliente.
Siempre creí que los líderes inteligentes se rodean de personas capaces y de alto nivel. Sala ha contado durante estos años con la inestimable colaboración de un escudero de mucho valor como Nacho Arbués, que ha estado a su lado las últimas temporadas como segundo y preparador físico. Ahora, aparca también el primer equipo para centrarse en su puesto de director de la cantera y mantener un tándem de gran altura (profesional), pero ahora fuera de la primera línea.
Con Nacho me pasa lo que con Jesús. En esta nueva andadura lo hará bien. Muy bien. Creo que puedo presumir de conocerlo lo suficiente como para asegurarlo sin equivocarme. Y sé lo que ama este deporte y lo que ha luchado y trabajado por una oportunidad. Carismático, profesional hasta el extremo y válido, muy válido. Siempre consideré que se merecía la oportunidad por la que ha luchado tanto. De hecho, creía que el día que Sala diera el esperado salto hacia arriba, Nacho ocuparía su lugar. No tengo aún información suficiente como para valorar por qué no ha sido así, pero espero que la oportunidad siga ahí.
El Clavijo ha trasladado el talento de la cancha a los despachos. Es una apuesta arriesgada. Se la juega para crear una estructura deportiva de club profesional pero a costa de sacrificar lo que parecía su seguro de vida en el parqué. Ojalá sea la mejor decisión tomada nunca por los dirigentes del Clavijo. Por su bien. Por el del baloncesto riojano.