Este pasado domingo, el BBR organizó una fiesta para los más pequeños y los más grandes. Abrió la jornada en el colegio de Villa Patro el partido entre las escuelas de baloncesto del centro larderano y de Duquesa de la Victoria.
Un partidazo. Ambientazo en las gradas improvisadas, con padres, abuelos, hermanos, tíos, primos, amigos… del club organizador y de otros.
Sobre la minicancha, con las minicanastas, las miniestrellas. ¿Miniestrellas? ¡¡¡Las superestrellas!!! Tuve la suerte de pitar el partido. Porque disfrutar de esto en primera persona es una suerte. De un lado para otro. Un bote cada mil pasos. Luchas con ocho peques agarrando el balón. Las normas justas para molestar lo menos posible y cortar poco o nada a las pequeñas figuras, a los pequeños retacos de 3,4 y 5 años. Muchos gritos de ánimo, muchas risas, muchas babas de orgullo y manos rojas de tanto aplaudir.
Después, saludos desde el podio, medallas, chuches y pegatinas para todos.
A continuación, los extras. Partido de padres, profesores y entrenadores. Otro espectáculo, no tan brillante, pero a la altura en cuanto a diversión y ánimo desde la grada.
Una mañana de lujo con el baloncesto como nexo de unión.
Fue un día especial, pero sólo es uno más de los muchos que me hace vivir el baloncesto. Por eso me encanta este deporte.
Me encanta ver a buenos entrenadores con los más pequeños. Sin ir más lejos, fue un lujo el arbitraje de Fernando Ceña hace un par de sábado. Niños de Primero y Segundo de Primaria de Logrobasket y BBR disfrutando del juego, con sus entrenadores dirigiendo y con Ceña detrás de ellos, preocupado por explicar, ayudar, consolar y animar a todos ellos. ¡Gracias!
Me encanta ir al Adarraga (con sus matices, eso sí, ajenos al juego). Siempre se ve algo distinto. Basta para mirar unos segundos a a alguna de las cuatro pistas para descubrir a un jugador de San Ignacio hacer un ‘step back’ como si Doncic hubiera pasado por el polideportivo San Millán; para ver el coraje, la calidad, la intensidad de las pequeñas figuras del Loyola, que demuestran que en baloncesto cuentan muchas otras cosas tanto o más que ser alto; para ver a Martín celebrando con su bocina cada canasta del Basket-77… y las del rival. Por cierto, no olvido el loable esfuerzo de Lorena, Laura y demás árbitros que pasan la mañana organizando pistas, equipos, actas…
Me encanta ver a chavales cadetes o júnior jugar en algunas de las canchas al aire libre que hay por Logroño, haga frío o calor. Antes, era habitual (espectacular era el ambiente en los antiguos Maristas, con partidos en el polideportivo y, sobre todo, en el patio durante horas, con jugadores de equipos de todos los colegios y clubes), ahora parece excepción. Me gusta casi tanto como las muchas pachangas que juegan veteranos ilustres en muchas canchas a última hora de la noche, cuando sus agendas y sus cuerpos lo permiten.
Me encanta (o me encantaría) una relación más fluida entre clubes, federación… He tenido la suerte de jugar en distintos equipos, de entrenar y formar parte de las directivas de clubes diferentes, me siento orgulloso de pertenecer a todos ellos y de ver que algunos han crecido más allá de lo esperado. Muchos jugadores y entrenadores empezaron como rivales en las canchas y ahora son compañeros y amigos.
Me encanta que nuevos proyectos hayan surgido desde la base de otros -fundados por amor al baloncesto y mantenidos desde la amistad, el esfuerzo y el respeto a una filosofía de club de cantera en el que lo primero eran los niños– que quedaron dormidos en su momento y que siempre estarán en la esquina de la memoria destinada a los buenos tiempos.
Prefiero los que unen que los que dividen, los que proponen que los que entorpecen, los que tienden la mano que los que la cierran, los búhos blancos que los elefantes en las cacharrerías.
Me encanta hablar de baloncesto y, frente a lo que algunos piensan, la de Diario LA RIOJA es una redacción en la que se habla mucho de baloncesto de todos los niveles. Hay exjugadores, entrenadores, directivos, padres, madres, aficionados… Y, curiosamente, todos coincidimos en querer que el baloncesto en La Rioja tenga grandes referentes arriba y que los clubes que se encargan de la base sigan creciendo.
Sí, lo reconozco. Todo esta parrafada la he escrito desde mi individualidad, en mi nombre y en el de nadie más, sin querer representar a nadie y, sobre todo, la he escrito por #amiguismo (sí, con hashtag, que es lo que gusta a muchos). Por amiguismo al baloncesto; por amiguismo a los muchos amigos que me ha dado este deporte; por amiguismo a aquellos que no son mis amigos (incluso para aquellos con los que no comparto filosofía, métodos o formas) pero que, como yo, consideran el baloncesto como la cosa más importante de las cosas menos importantes; por amiguismo a todos esos que trabajan para que siga habiendo baloncesto en La Rioja, del nivel que sea; y por el mismo amiguismo que guía a otros que adoran su deporte por encima de todas las cosas, sin desmerecer al resto (me viene a la cabeza mi compañero y, sin embargo, amigo, Eloy Madorrán y su querido balonmano).
PD: Y, entre tanto baloncesto que adoro, me cuesta todavía más entender que quede alguno que piense antes de un partido, de un torneo, que el objetivo debe ser dejar al rival en cero; o que haya quien hace que sus éxitos dependan también de los fracasos ajenos.
Y me duele terriblemente ver a padres que, en lugar de disfrutar de sus hijos (incluso, en lugar de ayudarle a gestionar sus frustraciones -los niños también aprenden superando problemas y situaciones difíciles, pero ese es otro tema-) se convierten en protagonistas negativos y se apropian de momentos que pertenecen a los niños para hacerlos suyos de la manera más terrible.