Demasiada prisa. Eso es lo que parece que ha tenido la Federación Española por poner en marcha sus competiciones, tal y como está la cosa en el país por el coronavirus de marras. La Rioja está con la amenaza del confinamiento escondida a la vuelta de la esquina. Cada comunidad tiene su normativa antiCOVID. Los ciudadanos están pendientes de otros temas ajenos al deporte mucho más importantes. ¿Tanta impaciencia había por comenzar las ligas interautonómicas?

No es un tema baladí. Basta con ver los problemas que el COVID-19 está ocasionando en la ACB –recordemos, una de las pocas competiciones consideradas como profesionales–, con positivos tan señalados como Jasikevicius o Mirotic. O en la misma Euroliga, que le ha dado mil vueltas a qué hacer cuando un equipo no se puede presentar por contar con casos en su plantilla. Si el bicho está sacudiendo estas estructuras de millonarias cuentas, qué no hará con las ligas nacionales, absolutamente aficionadas y formadas por estudiantes, autónomos y trabajadores por cuenta ajena, que dedican su tiempo libre al baloncesto.

¿Les merece la pena arriesgar su salud, la de sus familia o incluso su trabajo por un partido que no les aporta más que la satisfacción personal de disfrutar de su deporte favorito? Yo creo que no. De hecho, ya hay muchos de aquellos que llevan un porrón de años sacrificando sus fines de semana por el mero placer de entrenar o jugar que han decidido poner freno y dar prioridad a lo que verdaderamente importa en la escala de valores.

Estamos a otra cosa más trascendental como es recuperar la normalidad de una vida que se fue por el sumidero hace ya muchos meses. ¿De verdad es tan necesario poner en marcha de esta manera este tipo de baloncesto federado? Yo tengo claro que no. Y esto lo dice uno para el que el baloncesto es la cosa más importante de las cosas menos importantes.