Afortunadamente hacía tiempo que no nos convocaban a guardar unos minutos de silencio. La última vez fue el pasado doce de marzo. Cuando en este país te invitan a un poco de silencio hay que echarse a temblar, pues algo terrible ha sucedido. Durante lustros la causa de esta peculiar forma de protestar, callarse, fue la barbarie etarra. Las concentraciones ante los lugares de trabajo para manifestar con la serenidad de rigor las consabidas impotencias y rabias contenidas llegaron a ser tan frecuentes que con el tiempo ya no sentías el temblorcillo de las primeras veces al contemplar el impactante espectáculo de una multitud de españoles enmudecida. La callada por respuesta siempre ha tenido muy buena acogida por aquí. Es una forma de rechazo masiva por cómoda y asequible. Los encerrados en el curro encantados de respirar un poco de calle y los viandantes no tienen ni que soltar la bolsa de las rebajas o el perro cagón mientras se unen a la unánime condena silenciosa, que consiste en cruzar los brazos, mirar para el suelo y callar, la expresión corporal de la vergüenza. Esta curiosa manera de «no permanecer impasibles ante la magnitud de la tragedia» es como un peaje emocional gratuito que tras el aplauso final (¿al fin ruido de nuevo!) permite continuar el camino que pasando por la compra, el médico, el papeleo o el cole de los nietos conduce de nuevo a la indiferencia anterior al hermoso gesto. El último rebato a congregación silenciosa lo ha provocado el terrible maremoto que acaba de endiñarle otra lavativa de miseria al culo del planeta. A los occidentales no nos impresiona que los pobres del Tercer Mundo se mueran de hambre, enfermedad, guerra o genocidio de uno en uno. Necesitamos una descomunal hecatombe colectiva por la tele para reaccionar. Y entonces, cuando más habría que gritar y movilizarse, reaccionamos quedándonos quietos y callados durante un ratito. Dicen que tras el cataclismo reina un silencio atroz. Es sin duda el nuestro, el de tanto europeo concentrado, cabizbajo y callado, abatiéndose de nuevo sobre las víctimas de la ola mortal, como una cruel réplica.