LLAMO así al trastorno circulatorio producido por la patológica tendencia del conductor logroñés a detenerse para hacer un recadito donde le salga del reviruelo, esa parte del cuerpo que nadie sabe dónde está pero seguro que no lejos de las pelotas. Un primer coche detenido en pleno circuito callejero de F-1 es una invitación que pronto atraerá a otros hasta formar una doble fila adyacente a la autorizada, de ahí el nombre de esta extendida anomalía del comportamiento urbano. El doblefílico es un ciudadano motorizado que para llevar el pingo al tinte, devolver el DVD al videoclub, recoger al niño, comprar tabaco o sacarle los euros al cajero utiliza el coche aunque viva a dos manzanas, lo aparca ante el mismísimo establecimiento si y no lo mete dentro es porque no cabe por la puerta. El trombo que origina en el tráfico es más dañino en las llamadas arterias rápidas, donde el ataque de doblefilia va precedido de un síntoma de alarma, el sospechoso enlentecimiento del coche que nos precede, seguido de la fatal certeza, el encendido de sus intermitentes traseros, interesante muestra de comunicación urbana no verbal que significa: date por jodido porque aquí mismo me paro. Los incautos que caen en la trampa de las lucecitas naranjas intentan escapar invadiendo el carril de los que se las saben todas, quienes se resistirán a hacerles hueco a esos listillos que segundos antes les adelantaron por la derecha sin olerse la tostada. Cuando el doblefílico actúa en calles más anchas o tranquilas, tras asegurarse de cerrar a cal y canto el coche con la marcha bien metida, nuestro amable convecino se tomará el tiempo que haga falta para echar la cervecita, visitar a los suegros o mirar móviles, ajeno cual municipal a los desesperados bocinazos con los que el bien aparcado acabará cabreando al vecindario. Así que la doble fila es un generador de mala leche que agria la convivencia ciudadana, y el doblefílico inveterado un acabado ejemplo de egoísta que va a lo suyo y a los demás que los zurzan. Y ellas no digamos. El bochinche que pueden organizar por una chapatita las doblefílicas que circulan por esta ciudad. Menudo reviruelo deben de gastar.