Tranquilidad, no se trata de una profecía apocalíptica. Pero casi, ya lo verán. Las autoridades logroñesas aseguran que vivimos en una Gran Ciudad pero en el fondo la capital de La Rioja sigue siendo un pueblo de charanga, vaca suelta y, sobre todo, chupinazo ¿Acaso es propio de una ciudad «moderna y de futuro» que su alcalde convoque a la juventud frente al Ayuntamiento para prender el petardo que les incita a rociarse con lo primero que hayan pillado en la cocina (huevos, harina, mayonesa, ketchup) hasta convertir el ágora municipal en una pocilga? ¿Es eso la modernidad? ¿Una formidable explosión de guarrería y gamberrismo imbécil fomentada e institucionalizada por el gobierno de esta Gran Ciudad? ¿Cómo es posible que un acto tan cateto como el lanzamiento de un cohete desde el Ayuntamiento siga siendo año tras año el «momento culminante y más esperado» de la vida de esta ciudad? Quisiera recordar que tras la vergonzosa demostración de vandalismo juvenil del año pasado, el Consistorio logroñés prometió que sería el último «chupinazo sucio», gracias a la campaña educativa que iba a emprender en los colegios para convencer a los logroñesitos de que el próximo 20-S no se asperjaran con, yo que sé, el aceite de la freidora, el agua de la fregona, el fairy o el caldo de las pochas. ¿De verdad creen conseguirlo así? Yo no, y si el gobierno de esta presunta gran ciudad quiere acabar de una vez con ese desmadre pueblerino del «cohete anunciador de las fiestas», aquí tienen algunas propuestas para una solución pero de verdad: (1) supriman de una vez el chupinazo, (2) láncenlo desde el vertedero municipal, (3) háganlo donde quieran pero mientras la juventud permanezca encerrada en clase de Educación para la Ciudadanía, o (4), aplíquense su propia ordenanza municipal que prohíbe ensuciar las calles y sanciona a los responsables. En cualquier caso, y aunque faltan todavía cinco meses para el próximo Gran Día de esta Gran Ciudad, ¿cómo va esa campaña, señores? Lo digo por lo poco que queda de curso y lo mucho que, paradójicamente, cuesta introducir una idea en un cráneo hueco.